A partir de una conversación con un lector en el blog de Ahorro Diario, me he percatado del detalle de cómo muchos bares han eliminado de su mobiliario las máquinas recreativas tipo B, vamos las máquinas tragaperras de toda la vida. En uno de los bares que normalmente frecuento, sucedió hace un par de años, aunque la verdad, yo he reparado en el detalle ahora.
Esta tarde le he preguntado al dueño el porqué de dicha decisión y su respuesta fue por la propia imagen del local coincidiendo con un cambio de look que llevó a cabo en su negocio, orientando su bar a otro segmento del mercado. Pero también me ha confesado que la echa de menos por la pérdida económica que le ha representado aún siendo una fuente de ingresos secundaria a su actividad principal.
No obstante, según me ha dicho, él era muy reacio a colocar este tipo de máquinas, y que se arrepentía bastantes veces de haberlo hecho cuando veía los dramas económicos que se generaban en muchas personas que se dejaban una verdadera pasta a diario en la máquina de su bar. En el fondo dice que fue un alivio eliminarla a pesar de minorar los ingresos del negocio.
Partiendo de este tostonazo que os estoy metiendo, he reflexionado un poco sobre los negocios del juego y el repunte que presentan en tiempos de crisis. Suele darse la tónica general que a mayor precariedad económica, más se recurre al juego.
Estas peligrosas tendencias cuando degeneran en enfermedad, ocurren las consecuencias sociales y personales que todos conocemos, pero siempre hay alguien detrás que se lucra con el invento, dígase el estado, vía ONLAE además de los impuestos que se recaudan, empresarios de casinos, bingos y salones de juego, hosteleros que reciben una parte de los ingresos, y una larga lista interminable.
La ley está ahí, es legal por supuesto, y jugar también, pero convivir a diario con una clientela que está destrozando su vida, dado que la mayoría de los clientes son ludópatas, tiene que dejar un regusto un poco amargo en la cuenta corriente, mientras se llora con un ojo y con el otro se cuenta el dinero.
Al final siempre queda que “la pela es la pela”, y que el fín justifica los medios, aunque dejemos un reguero de destrozos económicos por el camino. A este tipo de negocios si se les debería denominar economía social, no a las cooperativas ni figuras similares.
Imagen | Andres Rueda en Flickr