Hoy en día en el que internet y las redes sociales cada vez copan más minutos, e incluso horas, en nuestras vidas, resulta muy complicado poner límites en lo que respecta al uso que hacemos de estas herramientas. Si cabe, la discusión alcanza mayor énfasis cuando hablamos de su relación con el entorno laboral, dónde resulta aún más complicado vislumbrar una frontera clara entre lo que es trabajo y es ocio.
En los últimos años hemos escuchado cada vez más noticias sobre sentencias sobre casos laborales que han concluido en el despido procedente de un trabajador por utilizar 'demasiado' estos instrumentos en su jornada laboral.
Poco a poco, hemos ido apreciando la tendencia entre muchas compañías de establecer filtros en el acceso a determinadas páginas, es más, algunas son más extremas, y solo permiten al acceso web al correo corporativo y a determinadas herramientas y/o aplicaciones, obligando a sus colaboradores a no 'excederse'. Por supuesto lo mismo podríamos decir, de aquéllos trabajadores que se pasan todo el día accediendo a internet y aplicaciones desde sus dispositivos móviles privados, lo que también ha llevado a otras tantas empresas a emplear inhibidores de frecuencia para restringir el funcionamiento de estos.
En mi opinión, lo más sensato resulta aplicar el sentido común, debiendo utilizar el internet y las redes sociales con cabeza, entendiendo que de que se trata de recursos tecnológicos empresariales, que suponen un coste económico para la organización, y no solo eso, si no que además son recursos que están diseñados, al menos en la teoría, para realizar nuestro trabajo de una manera más eficiente, por lo que no sería muy lógico utilizarlos para justo lo contrario.
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