Ya hemos tratado anteriormente que los tres aspectos fundamentales para la correcta dirección empresarial son la definición de los objetivos, la planificación y el control. A la hora de fijar los objetivos empresariales debemos tener en cuenta que éstos han de cumplir una serie de condiciones.
En primer lugar, los objetivos han de ser deseables. Si no hay un deseo real de alcanzarlos éstos se conviernten en una simple acción o en una rutina y eso no contribuirá a lograrlos. Además han de ser alcanzables, no tiene ningún sentido que sean imposibles de lograr, eso sí eso no implica que su consecución sea fácil.
Es importante que sean cuantificables, si no podemos medirlos tampoco podremos llevar a cabo el control suficiente para tomar las decisiones necesarias y asignar los recursos adecuados para alcanzarlos. Además esa capacidad para cuantificar permite también controlar la eficiencia y la responsabilidad de los medios puestos para lograrlos.
Los objetivos han de ser comprensibles, la organización debe saber perfectamente qué es lo que se quiere alcanzar y cómo se va a intentarlo. Las acciones encaminadas a alcanzar esos objetivos han de ser desempeñadas, evaluadas y controladas por diferentes personas, es necesario que todas ellas interpreten de manera correcta los propósitos a cumplir.
Otro factor importante a la hora de fijar los objetivos es que éstos han de ser motivantes, la satisfacción de alcanzarlos es un factor que puede ayudar a su consecución. Es importante una adecuada definición y valoración de lo que queremos lograr para que la organización se identifique con ello y ponga lo mejor de sí en el empeño.
Por último, los objetivos han de ser consensuados. Dentro de los órganos de dirección de una empresa puede haber objetivos individuales que entren en conflicto, por ello es necesario que se llegue a un acuerdo sobre las metas comunes a alcanzar y dar total prioridad a éstas frente a los objetivos particulares.
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