Se ha colado en nuestras vidas poco a poco. Sin llamar especialmente la atención pero ganando terreno en la comunicación diaria en las empresas. La expansión de los teléfonos inteligentes ha sido el caldo de cultivo definitivo. La capacidad del correo electrónico para comunicar es tan decisiva como su efectividad relativa para transmitir algunos mensajes en los que es necesario detectar la emoción.
Dos estudios ponen cifras a esa expansión del correo. Uno de Radicati Group señala que son algo más de un centenar los emails que una persona de negocios envía y recibe al día. Por su parte, Mckinsey midió el tiempo que implica su gestión: el 28% del total de la jornada de los trabajadores altamente cualificados.
Su uso se ha extendido para comunicar cualquier aspecto en la empresa. Sin embargo, la dificultad para transmitir emociones es evidente y eso puede generar algunas complicaciones. Tanto desde el punto de vista de los remitentes como de los receptores, lograr trasladar ese 'extra' en los mensajes es complejo.
Un artículo en Fast Company da a conocer varios estudios que arrojan un poco de luz sobre este asunto. Primero, sobre cuántos receptores de correos electrónicos son capaces de entender emociones (ironía, sarcasmo...). Apenas el 56% lo acabaron captando. En mensajes de voz, se eleva al 73% de las ocasiones. Muchos de los que escriben con diferentes tonos, escuchan éstos en su cabeza, sobreentendiendo que el resto hará lo propio.
En cuanto al receptor del mensaje, lo habitual es que éste acabe interpretándolo de manera neutra o negativa. Suponemos lo peor en mensajes que pueden ser ambiguos y esto puede echar por tierra la comunicación.
¿Cuál es la lección de todo esto? La primera y más lógica: cuando el asunto es importante y delicado de transmitir, lo mejor es un encuentro personal o, en su defecto, una conversación telefónica con la que evitar malos entendidos. La segunda: ser más específico en el traslado de las emociones, sin dar por sentado que la otra persona acabará captándolo en todas las ocasiones.
En Pymes y Autónomos | Dos datos concluyentes sobre la trampa del correo electrónico Imagen | Wiertz Sébastien