Cuando sopesamos la decisión de abrir un nuevo negocio, o sencillamente, lanzarnos a la aventura del mundo empresarial, en ocasiones tendemos a pensar que esta aventura será posible con una mínima implicación. Como si se tratase de una 'máquina' de generar dinero, que una vez que se ha puesto a funcionar, no deja de producir un beneficio recurrente.
Bien es cierto que hay negocios que no requieren que estemos toda la jornada en él, pero no conozco ninguno que nos permita permanecer al margen y realizar visitas mensuales y cumplir con un simple acto de presencia, o pedir que un gerente nos rinda cuentas mediante una conversación telefónica o por correo electrónico.
Con esto no quiero decir que no existan negocios que sean rentables con una implicación mínima, pero no suele ser lo habitual, porque por mucho que podamos llegar a delegar, siempre habrá algún aspecto que requiera nuestra supervisión directa, y en el momento en el que no nos impliquemos en su gestión, no es posible que la toma de decisiones sea la más acertada.
Esta suele ser la causa del fracaso de muchos negocios, porque una empresa no es un ente que funcione siempre según los planes preestablecidos en un escenario definido a priori, sino que constantemente necesitamos hacer cambios, modificar nuestros planes y tomar decisiones. Y que de no ser así, las desviaciones y/o problemas pueden ser tan grandes que sea muy complicado enderezar su rumbo.
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