A la hora de desarrollar nuestro trabajo muchos ven a sus compañeros mucho más capaces que ellos mismos, más valiosos para el equipo. Puede que sus propias capacidades no se tengan en cuenta o no se pongan en valor por falta de confianza. Y esto al final acaba por suponer un salario más bajo simplemente por este motivo.
A nivel profesional puede que llegue el momento de duda. A todo el mundo le ha pasado a lo largo de su vida y lo peor de todo es que se da más en los perfiles de alto rendimiento. Es lo que se conoce como el síndrome del impostor, cuando no se cree merecer el éxito profesional que tenemos.
La modestia en el trabajo tiene un coste
En muchos casos creemos que nuestros éxitos se deben a factores ajenos a nosotros. Fue suerte encontrar este trabajo, una casualidad que se fuera el responsable y me eligieran a mi para sustituirlo o el éxito en las ventas es porque tenemos un buen producto.
Pocas veces este mismo profesional piensa en los proyectos anteriores que no fueron tan bien, el trabajo duro o la dedicación y compromiso con su trabajo actual. En muchos casos estas personas acaban por entrar en una espiral negativa que les puede llegar a bloquear.
Además a la hora de promocionar en la empresa o buscar un aumento, al ser los primeros que creen que no lo merecen suelen no postular a ese ascenso o defender su trabajo para ganar más. Y por este mismo motivo pocas veces buscan en la competencia un puesto mejor que el que actualmente ocupan.
Son las personas más perfeccionistas las más propensas a sufrir este síndrome del impostor. Lo importante es evaluar nuestro trabajo con objetividad, pero también compararnos con nuestro entorno. Como todo, el propio profesional es el primero que debe saber venderse, primero a su empresa, pero también a sus clientes y sus compañeros.
Imagen | Bru-nO