He visto muchos casos de empresas que llevan años funcionando con solvencia, que crean puestos de trabajo y generan beneficios. Un trabajo duro durante años, paciente, bien hecho y sin embargo en muchos casos muy discreto. Sin darse demasiada importancia. Empresas de gente que no quiere epatar ni hacerse notar, porque consideran que el ego es un mal compañero en la empresa.
Y sin embargo muchos confunden saber venderse, su marca personal, vender una idea a los inversores con un ego superlativo que acaban de aplicar en cada momento a la organización. El líder es el único responsable del buen funcionamiento de la compañía. El cerebro, mientras el resto son solo peones que ejecutan sus instrucciones.
Una alta autoestima nos empuja, pero el ego nos puede destruir
Es cierto que muchos líderes que han levantado de la nada grandes empresas tenían una fuerte personalidad y una elevada autoestima. Y son el espejo de muchos emprendedores que quieren seguir este camino. Se pone el acento en determinados aspectos de su personalidad, pero se obvian otros.
Uno de estos aspectos en los que no se incide tanto es la humildad. Siempre tenemos que pensar que después del éxito, un pequeño cambio de mercado nos puede llevar al fracaso. No importa lo grande que nos hayamos hecho. Lo peor es que el éxito muchas veces nos lleva a rodearnos de aduladores que solo nos dicen lo que queremos oír.
Y el ego nos impide dar lugar a las opiniones críticas, aunque sean constructivas. Todo lo que no sea afirmar que somos los mejores y todo lo hacemos bien no tiene cabida en la empresa. Creemos que lo sabemos todo y no necesitamos a nadie más.
Y esto supone un problema para el trabajo en equipo. Cuando el éxito se individualiza, cuando el trabajo duro del resto no se valora, al final el compromiso de nuestros empleados va mermando, hasta caer en el desánimo. Ya no se sienten parte del éxito de la organización, sino solo una pieza más de la misma.
Tampoco seguir aprendiendo. Nosotros ya estamos para impartir lecciones magistrales de cómo conseguimos llevar nuestra empresa al éxito. El emprendedor que deja de prestar atención a las novedades del mercado a nuevos modelos de negocio tiene un problema.
Por eso el ego mal entendido es destructivo en la empresa. Rodearse de aquellos que nos apoyaron cuando se comenzaba, que nos ponen los pies en el suelo siempre es de ayuda. Ya sea la familia, ya sean socios o empresas con las que colaboramos nada más iniciar, pero que nos recuerden cómo empezó todo y lo fácil que sería perderlo de un plumazo si no llevamos el rumbo correcto.
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