La mayoría de trabajadores lo tienen claro: prefieren trabajar como asalariados en lugar de gestionar su propio negocio. Prefieren un trabajo fijo y estable que una actividad que dependa de las decisiones de tus clientes.
No en vano, las voces que afirman que trabajar como autónomo no compensa superan, y con creces, a aquellas que prefieren pertenecer a este colectivo. Las razones son diversas, pero se resumen en estos siete motivos.
Tener que buscar tus propios clientes
Es una de las más razones de mayor peso. Trabajar como autónomo implica tener que buscarte las habichuelas por tu cuenta. Es decir, tienes que buscar tus propios clientes, algo que no resulta fácil ni rápido.
Para ello, es importante darse a conocer, buscar canales de comunicación que nos permita llegar al mayor número de clientes potenciales y, por supuesto, tener una estrategia que permita mantener a los que ya tenemos. Y en ocasiones, es necesario realizar una cierta inversión para llevarlo a cabo.
Llevar la contabilidad, facturación y el pago de impuestos
Cuando un trabajador es asalariado, tan solo tiene que esperar la nómina a final de mes y presentar la declaración de la renta en primavera, un trámite que en la mayoría de los casos consiste únicamente en aceptar el borrador.
Los autónomos, en cambio, tienen que presentar, además de un IRPF mucho más exhaustivo, el IVA de forma trimestral y abonar de su cuenta corriente la cuota de autónomos. Es decir, tienen que lidiar con dos organismos que, en ocasiones, ponen más trabas que ayudas, como la Seguridad Social y Hacienda. Además, es obligatorio llevar la contabilidad de la empresa y la facturación, lo cual consume bastante tiempo de gestión.
Jornadas de trabajo interminables
Los autónomos tienen que lidiar con jornadas de trabajo interminables, a veces a lo largo de los siete días de la semana. La mayoría de asalariados, por su parte, tienen una jornada de trabajo fijo que les permite conciliar mejor su vida personal y familiar.
Eso sí, algunos autónomos han dado la vuelta a la tortilla, ya que consideran este inconveniente como una ventaja para flexibilizar sus jornadas y sus lugares de trabajo.
Negociar con los clientes y proveedores
Dicen que una de las ventajas de ser autónomo es que no tienes jefe. Y esto es una verdad a medias, porque tus jefes son tus clientes, que son mucho más exigentes que un jefe normal y corriente.
Los autónomos tienen que negociar las condiciones del servicio tanto con clientes como con proveedores. Esto implica establecer las tarifas o los horarios, entre otros muchos aspectos. Y, en ocasiones, tener que bajar nuestras pretensiones iniciales.
No tener un trabajo estable
Aunque existen asalariados que no tampoco tienen un trabajo estable, lo cierto es que los autónomos dependen en todo momento de las necesidades de los clientes. Si no hay trabajo, tampoco hay dinero. Y todos los meses hay que pagar la cuota de autónomos y al resto de acreedores, haya o no haya actividad.
Evidentemente, a la hora de solicitar un préstamo ante un banco o una hipoteca, es mucho más difícil hacerlo siendo autónomo que asalariado. Y no hablemos de planes de futuro, una auténtica quimera.
Acceder a algunas prestaciones, un sueño
Cuando un trabajador asalariado queda en paro, tan solo tiene que dirigirse a la Seguridad Social y solicitar su prestación correspondiente. En el caso de los autónomos, para acceder a la prestación equivalente, el cese de actividad, es necesario acreditar una serie de datos que no siempre acepta la Seguridad Social.
Todo ello por no hablar de la jubilación. La mayoría de autónomos cotiza por la base mínima, lo que hace que, a la hora de acceder a las prestaciones, se vea obligado a recibir las prestaciones mínimas. Por ello, los autónomos reciben una pensión que es hasta un 40% inferior a la de los asalariados.
Tener que comprar tu propio equipamiento laboral
Las empresas facilitan a sus trabajadores todo el equipamiento necesario para llevar a cabo su desempeño profesional. Los autónomos, en cambio, tienen que realizar una inversión inicial que, en ocasiones, puede llegar a ser muy elevada (si necesita, por ejemplo, un coche).
Eso sí, todo el equipamiento es deducible a efectos del IVA y algunos también en el IRPF.