La principal función de los directivos y responsables de empresa es la toma de decisiones, pero no menos importante es la gestión de las personas que integran su equipo, con el objetivo de obtener el mejor resultado para la organización.
Este asunto se suele llevar al extremo en muchas ocasiones, generando un clima de agotamiento, desánimo e incluso de crispación, ya que muchos jefes intentan sacar el máximo sin pensar en si ese nivel de exigencia constante realmente merece la pena y si es adecuado.
Para ello, nunca podemos olvidar que estamos gestionando personas, y no máquinas, por lo que más que imponer una cultura de esfuerzo por esfuerzo, como responsables somos los encargados de evaluar la situación y de fijar prioridades, y en función de esta y teniendo la sensibilidad de lo que es o no razonable, debemos asignar la carga de trabajo más adecuada a cada colaborador.
La no realización de este ejercicio, a mi juicio, es la causa de la situación tan crítica con la que cuentan algunos departamentos, empresas y organizaciones. Porque es cierto que hay presiones y que hay que trabajar mucho, pero la clave está en saber lo que es prioritario y lo que no, y si se rema en la dirección correcta.
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