Confundir la dosificación de las buenas palabras con la ausencia de ellas es común a muchos líderes y gestores en empresas. Es posible que el halago en exceso a la actitud, a lo alcanzado en el día a día puede ser contraproducente. Pero lo que resulta algo evidente es que en su justa medida este ‘premio’ motiva en uno de los momentos más complicados.
Muchas voces justifican esa escasa querencia hacia el halago en exceso en la supuesta relajación que ocasiona en los trabajadores que lo reciben. Eso no puede convertirse en un axioma inamovible, pues los perfiles en los que un líder se puede encontrar en una empresa pueden ser muy variopintos y, por tanto, tener unas necesidades muy diferentes.
Es posible que en el equipo haya trabajadores que tiendan a esa distensión y que, por tanto, puedan ver exacerbada esa característica con el exceso. Pero también lo es que compartan lugar con personas a los que el halago, la ‘palmada’ en la espalda tras un buen trabajo, la felicitación pública al superar los objetivos son la gasolina para seguir con mucha más fuerza.
Por tanto, si tomamos por bueno ese principio general de que el halago en exceso debilita, no es menos cierto que en su justa medida motiva y mucho. No obstante, las dificultades económicas cambian el estado de ánimo y, por ende, la forma de gestionar la empresa. Hacer pagar los platos rotos de esos problemas a la plantilla ni es justo, ni va a tener, en absoluto, buenos resultados.
La empatía es una de las grandes características con las que debe contar un buen jefe. Ponerse en la piel del trabajador es la mejor forma de acertar en la gestión de los halagos y los ‘premios’ en el día a día. Pero, sí debe tener claro algo: las buenas palabras y las felicitaciones, en mayor o menor medida, nunca pueden faltar.
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