Un año más vuelvo a oír la misma cuña en la radio: "Somos bombillas, algunos van encendidos otros apagados...". Increíble, ni siquiera han cambiado las frases motivacionales (¿?) una vez más el precio no es precisamente asequible y un gurú de la autoayuda, te ofrece una pócima mágica en forma de charla, donde el único que saldrá ganando será él.
¿De veras sirven de ayuda los eventos emocionales? Hoy he leído a uno de esos conferenciantes empleando el humor negro respecto a frases que nos agotan por repetitivas: "Zona de confort", "Sonríe y la vida te sonreirá" y por supuesto se ha reído de la cantidad de coach y de libros que existen en el mercado de este corte. Un diez para él y para su campaña de marketing, seguro que vende más libros.
La felicidad del trabajador reside en tener un buen trabajo
No hay que darle muchas vueltas. Ayer hablé con un amigo de toda la vida. Me dijo algo que me pareció bonito y un lujo: "Soy feliz porque tengo tiempo para hacer cosas que me gustan, gracias a mi trabajo..." No ha necesitado acudir jamás a una conferencia.
De nada sirve que durante dos horas una persona con un tono de voz alto nos obligue a liberar endorfinas, si luego no lo aplicamos en nuestro día a día. Es como apuntarse al gimnasio e ir un lunes hasta caer reventado y no volver jamás. ¿Utilidad? Cero.
¿Está demostrado que los trabajadores venden o rinden más tras asistir a una de estas conferencias?
En una época en la que medir resultados está a la orden del día, ¿alguien se preocupa por saber si estos eventos que se anuncian a bombo y platillo reportan algún resultado óptimo?
Si buscamos en Google la palabra conferenciante nos aparecerán distintas empresas que ofrecen a personas que se dedican a motivar a otros de manera profesional. Y eso debería llevarnos a pensar: si uno se pasa la vida repitiendo el mismo discurso ¿de qué sirven sus consejos? ¿Qué nuevas experiencias ha tenido si se limita a verbalizar un discurso en diferentes ciudades?
Ahí radica el secreto, de nada sirve que nos consideremos unas personas medianamente cultas, para después vernos en mitad de una especie de plaza de toros, con gradas, a veces, con frío y con un sonido pésimo, para tratar de que varios desconocidos nos den respuestas a algo que sólo podemos averiguar nosotros.
Bien sea para mejorar nuestra vida personal o profesional. De vez en cuando una charla con nosotros en el espejo no vendría mal.
En vez de buscar la solución a todos nuestros males en charlas que normalmente son caras, están repletas de frases hechas y de vivencias que quedaron añejas. Ya que lo último que nos pueden enseñar es el último hotel que han conocido.
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