La disciplina es un arte, facultad o ciencia, pero si lo trasladamos al trabajo, la disciplina es una fuente de ingresos, una manera que nos facilita la organización de nuestras tareas y una manera de ahorrar tiempo. Positivo para nosotros como organización y para nuestros clientes.
Asociamos disciplina con dureza, con falta de humanidad, como algo impropio de un buen clima laboral. Pero cuando repasamos nuestras experiencias como clientes, más de una vez y de dos, la falta de disciplina y orden son las causantes de diversos conflictos.
Ejemplo. Una empresa organiza un concurso, hablamos de una multinacional. El concurso está relacionado con el arte. Los participantes envían confiados sus obras imaginando que una vez haya concluido el certamen, sus piezas serán devueltas.
Se trata de una multinacional, su imagen no puede quedar dañada por el más mínimo fallo. ¿El problema? El problema surge cuando a la hora de que esos cuadros sean devueltos, comienzan los errores. Un pintor de un país recibe el de otro participante que vive en el otro extremo del planeta.
Llamadas, excusas, culpas que pasan de una compañía de transporte a otra. Albaranes que se han perdido. Unas disculpas en voz baja y los concursantes antes ilusionados, acaban estresados y con una pésima imagen de la organización.
Si este concurso se lleva a cabo para potenciar su interés en el arte, demuestran poca sensibilidad y sobre todo, disciplina y una perfecta organización a la hora de devolver esos cuadros que les han ayudado a potenciar su imagen de marca.
Una vez más, el engranaje de una empresa ha de funcionar al unísono, y sonar perfectamente como la mejor orquesta sinfónica. De nada sirve que se entreguen los premios a tres personas y que al resto, les extravíen sus obras que con toda la ilusión han enviado confiando en que llegarían sanas y salvas.
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Imagen| Ángel Valdez