En una oscura choza, situada en el margen de un río, se encontraba un anciano sentado en su pequeño taller delante de una montaña de piezas de madera. En sus manos sostenía la figura de un pez sin terminar, de diseño idéntico al del resto que llenaban la habitación que quedaba a sus espaldas, miles de ellos.
La luz resultaba insuficiente para continuar un trabajo tan meticuloso y decidió dejar las herramientas hasta el día siguiente, así que se marchó a su casa. Así lo llevaba haciendo durante largos años, siempre siguiendo el mismo proceso. Sus peces eran cada vez más perfectos y fieles respecto a uno que habitaba en aquellos sueños en los que recordaba los días de pesca con su padre.
Cuando regresó, a la mañana siguiente, se encontró con una terrible visión. El río había estado creciendo durante las últimas jornadas, pero no lo había podido ver desde el interior de la choza ni en la oscuridad de la noche. Ahora se lo había llevado todo. Solo encontró en el suelo una talla sucia que agarró con rabia: "Toda una vida de dedicación... ¿y solo tengo esto?"
Bajando por el río
El anciano se sintió rabioso y destrozó aquel pez de madera, pero tras unos minutos de llanto apagado decidió caminar río abajo para recuperar todos los peces que fuera capaz. A paso lento inició el descenso y encontró varios de ellos escondidos entre el barro de los alrededores.
En su bajada llegó un momento en el que escuchó unas voces agitadas y se escondió temeroso entre la vegetación. Dos niños jugaban peligrosamente cerca del margen y recogían con sus manos uno de sus peces. "¡Mira!" exclamó uno de ellos mientras lo levantaba. Era la última talla en la que había estado trabajando. Apenas un esbozo de lo que sería finalmente.
Los niños parecían realmente impresionados con la figura y la limpiaron lentamente como si fuera un tesoro. Tras eso lo envolvieron en un paño y se fueron corriendo para enseñárselo a sus padres. El anciano les dejó ir y por un momento se dio cuenta de que nadie había visto su trabajo antes. Resultaba alentador que aquel boceto fuera considerado como un tesoro, aunque fuera por unos niños, cuando para él todavía era un completo desastre.
En la bajada por el río encontró más peces aunque llegó un punto en el que ya no podía cargar con ellos y los dejaba en la orilla. Los comentarios que escuchaba despertaron su curiosidad y cuando llegó cerca de la desembocadura, comprobó que ya se había convertido en un rumor general: "los peces se están transformando en madera". Entonces miró las figura que había recuperado y tuvo una revelación.
El regreso
Acompañado por nuevas herramientas, volvió al lugar donde antes se ubicaba su taller. Entre la tierra agitada agarró un tronco y comenzó a tallar uno de sus peces de madera. Tardó varios días y al final decidió añadir un nuevo detalle. A través de la boca abierta de la figura, talló un agujero en su interior que luego taparía.
Aquello debería facilitar su flotabilidad y por fin pensó que el pez estaba finalizado. Lo levantó y el sol dorado de la tarde iluminó su escamas, finas como el papel, quedándose atrapadas en ellas. Las acarició para verlas temblar y se acercó al río que se lo había robado todo.
Depositó su figura en el agua y observó cómo el lomo dorado sobresalía y se alejaba con la corriente. "Me pasé la vida haciendo los peces que vivían en mi cabeza, pero los mantuve encerrados en una choza. Si no fuera por la crecida del río nunca había comprendido cuál era la mejor parte..."
Desde ese momento no se quedó con ningún pez entre sus manos. Ahora sabía lo que le había logrado en la vida no era un montón de figuras, sino una habilidad que se mantendría mientras sus manos pudieran agarrar un trozo de madera y unas pocas herramientas. ¿Qué nuevos sueños serían capaces de inspirar?
Dedicatoria
Esta pequeña historia se la dedico a mi abuelo, que en paz descanse. Trabajó la madera y me regalaba barcos hechos por él cada navidad. Sin duda estos fueron los únicos que navegaron y por tanto, los primeros en romperse. Solo me queda uno, pero aunque sus velas y su timón estén rotos, todavía es capaz de acercarme a él como si en realidad no hubiera un inmenso océano entre nosotros.
Creo que en esta ocasión no debo explicar la moraleja del cuento, de hecho sería posiblemente más larga que el mismo. Algunos pensarán que hablo del aprovechamiento del talento, otros de liberar las ideas, de valorar nuestro trabajo, de buscar vías de distribución o que el texto no tiene ningún sentido.
Puede que a nadie le falte razón, pero solo quiero dejarles con una de mis frases favoritas: "la gente olvidará lo que hiciste o lo que dijiste, pero no cómo les hiciste sentir".
Pymes y Autónomos | Cerrado por defunción, La metáfora del reino que no sonreía, La metáfora del elefante que olvidó su fuerza Imagen | MShades