Una de las razones por la que los trabajadores por cuenta ajena deciden poner en marcha sus propios negocios es el hecho de no tener que rendir cuentas a un superior. Ser nuestros propios jefes es una de las mayores aspiraciones de muchos trabajadores por cuenta ajena que muchos creen que será la solución a todos sus problemas.
Sin embargo, el remedio puede ser peor que la enfermedad. Si bien es cierto que cuando somos nosotros los emprendedores no hay nadie por encima en una hipotética escala jerárquica y, por tanto, somos nuestros propios jefes a nivel interno, no menos cierto es que tendremos otro tipo de jefes con los que no contábamos cuando trabajábamos por cuenta ajena.
Si nosotros como empleados de una empresa concebimos un jefe como una persona a la que tenemos que rendir cuentas, está claro que todo gestor de cualquier empresa tiene muchos “jefes”. Y es que un empresario tiene que tener una visión mucho más amplia de su negocio que un empleado.
El hecho de tener que negociar con proveedores, estar atentos a las estrategias de nuestros competidores e incluso realizar gestiones con la Administración Pública hace que toda empresa tenga que relacionarse con un entorno externo. Un entorno que en muchos casos puede llegar a ser muy convulso.
Pero si hay algo que un empresario puede calificar como jefe, esos son los clientes, que en muchos casos son más difíciles de tratar que nuestros propios superiores. La fidelización se consigue manteniendo un nivel óptimo de satisfacción para el cliente, y esto se consigue a su vez manteniendo un nivel de calidad precio aceptable de nuestros productos y ofreciéndoles un buen servicio. Estas son precisamente las cuentas que tendremos que rendir a nuestros clientes.
Todo ello sin contar con los sindicatos, nuestros acreedores e incluso de los movimientos del propio mercado. Por todo ello, un empresario no es en absoluto su propio jefe. El hecho de tratar con un entorno externo a la compañía hace que toda empresa tenga que rendir cuentas a otros agentes, que en muchos casos pueden llegar a ser mucho más exigentes que nuestros propios superiores.
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