No creo que cristianismo y capitalismo mezclen bien, y mucho menos la variedad concreta del catolicismo. No es la libre empresa una noción que agrade a la Iglesia. Por ello es posible que a más de uno le sorprenda esconder en el Nuevo Testamento un pasaje como el de la parábola de los talentos, donde algunos creen ver a un Dios despiadado, avaricioso y que loa la rentabilidad financiera. Ni de lejos se trata de eso, a poco que reflexionemos sobre el tema, si bien es cierto que puede tener una doble lectura para emprendedores.
El talento era una unidad monetaria, pero también es un sinónimo de capacidad, de don. Lo que viene a decirnos es que dichas capacidades, dichos talentos, deben ser compartidos, puestos en común, desarrollados, para que tengan valor. Hasta ahí el mensaje habitual de los hermeneutas cristianos. Pero no suelen insistir en otro punto de la parábola, que creo que es interesante destacar: el riesgo.
Efectivamente, pensemos que lo que mueve al siervo a no darle utilidad a su talento es el miedo, la aversión al riesgo. Muchos católicos se suelen centrar en el egoísmo de no compartir ese don, obviando la causa que lo desencadena. No parece preocuparles que haya gente que no se atreva, no quieren ver que no les detiene el egoísmo si no el miedo.
En definitiva es el mismo miedo que ese miedo a perder lo que se tiene, a salirse del camino marcado, a meterse en líos, en definitiva a convertirse en un rarito emprendedor o en un malvado empresario. Y me pregunto, en esta sociedad nuestra donde están las iniciativas de la Iglesia a favor del emprendizaje, de la libre empresa, etc.
La Iglesia que conozco se quedaría con los talentos de los que los invirtieron y les echaría un rapapolvo, mientras pasaría la mano por el lomo del que lo conservo bajo tierra. Y no, la vida, esta vida, es de los que arriesgan.
PD: debo reconocer que la referencia a los bancos tiene su gracia.
Más información | Instituto Acton, Universidad de Navarra
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