Cuando el cliente aparece en verano y los precios suben misteriosamente

El otro día leí un artículo del genial Quim Monzó. Contaba que el alcalde de Roma Gianni Alemanno, ha pedido perdón a un grupo de turistas británicos a los que les cobraron 64 euros por cuatro cucuruchos de helado. Además de lo desorbitado del precio, llama la atención la reacción del dueño de la cafetería, el cual asegura que los precios están indicados en la carta. Y es cierto, pero en una letra tan pequeña que ni con un microscopio podría ser leída.

Aunque estos turistas hubieran podido leer las cantidades, el hombre omitió información relevante: si decides tomar una consumición en la barra cuesta 30 euros, pero en la mesa vale 60. Lógicamente el alcalde trató de que la noticia no llegara a los medios de comunicación puesto que Roma vive del turismo y este tipo de noticias no ayudan a que el turista decida fundir sus ahorros en unos simples helados por muy buenos que estén. Cuando el cliente aparece en verano, los precios suben misteriosamente, como si los productos cambiaran por esta razón.

No solo en Italia ocurren este tipo de cosas. En España también es habitual observar cómo se inflan los precios en cualquier ciudad turística. El autor del artículo menciona Barcelona como un punto de España donde en pleno centro de la ciudad se cobran barbaridades a los foráneos con la excusa de ofrecer comida típica, aunque sea una paella que sabe a todo menos a ese manjar que tanto se valora fuera y dentro de nuestro país.

Todos los que vivimos en zonas turísticas tenemos que contemplar cómo en vez de cuidar al visitante que ha optado por ese destino cuando podría haber viajado a cualquier punto del mapa, se le trata de timar, porque subir los precios ofreciendo lo mismo e incluso, en ocasiones, un poco peor, no es ni justo, ni ético, ni profesional. El turista no viene con unas neuronas de menos, sabe hacer cuentas y si percibe que le están tomando el pelo, no repetirá.

Ese modelo de "negocio" no es rentable a la larga. Genera mala imagen para la ciudad o pueblo turístico, repercute en negativo a otros comercios y servicios que hacen bien su trabajo y perjudican otras futuras visitas. En el caso que comentaba al inicio, tanto fue el miedo que sintió el alcalde romano que les prometió a los ciudadanos británicos que la próxima vez que vuelvan les montará una visita por la ciudad guiada para enseñársela de verdad y disculparse por la estafa.

En mi opinión una respuesta acertada aunque el daño ya está hecho. Sobre todo si desde hace años saltan a los medios de comunicación verdaderas estafas en la capital de Italia, como aquella vez que se les cobró a una pareja de japoneses 700 euros por una comida normal: dos menús, vino y agua. Tras esta actuación indigna tuvieron una inspección sanitaria y clausuraron el restaurante, por incumplir las normas de higiene (¡además!) Subestimar la inteligencia y el bolsillo de los turistas no es una buena opción para ganar dinero fácil.

En Pymes y Autómos|Como subir tus precios en tiempos de crisis,Consejos para vender sin asustar al cliente (I)

Imagen| LWY

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