Horas y horas de despacho, horas y horas de viajes, horas y horas de reuniones, horas y horas de aguantar a todo tipo de personas, horas y horas de aguantar la presión, horas y horas de querer decir basta, ¡qué no nos pueda la presión!
Resistir en un entorno profesional altamente competitivo, con una exigencia a veces muy elevada y con momentos del día o con negociaciones de una alta responsabilidad y de trascendentes resultados, puede resultar tarea ardua hasta para el más resistente de los mortales, y para el más equilibrado de los profesionales. Una tarea ardua, sí, pero imprescindible si queremos triunfar.
Ya se dice desde hace muchos años que el mundo no está hecho para los débiles y que una muestra de debilidad nos puede hundir en la más absoluta de las miserias profesionales. Y es que yo sin duda, eso que hoy está tan en boga por parte de algunos de decir que lo profesional es emocional, y que lo emocional debe tener su espacio en lo profesional no me lo creo. No me lo creo, pues creo que para triunfar hemos de ser fuertes y resistir los ataques, de no ser así, a nosotros buenos seres emocionales se nos comerá el tiburón no emocional y nos dejará secos. Eso sí, con nuestra emoción profesional intacta.
¿Eso quiere decir que hemos de ser máquinas? Sí y no. Hemos de ser lo que he dicho en muchas ocasiones aquí mismo: actores. Hemos de ser actores e interpretar un papel, implacable, seguro y convincente. Un papel que nos permita sobrevivir y a poder ser vivir muy bien en el ecosistema profesional. En todo caso, en nuestro ecosistema personal será otra cosa, ahí es donde podemos ser ese encanto que todos decimos ser.
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