La jornada laboral partida que tenemos en España no se debe, como muchos podrían pensar, al clima mediterraneo o a las elevadas temperaturas del verano. Hasta la postguerra, en nuestro país se trabajaba de 8 a 16 h, como en el resto de Europa. Sin embargo, debido a la necesidad de pluriemplearse para llenar el estómago, fue necesario partir el día, con una amplia pausa para la comida y la siesta.
Aunque a nadie le amarga un sueñecito tras la comida, se ha demostrado que la jornada partida reduce la productividad de los trabajadores y complica la conciliación de vida personal y laboral. Además, puede ser problemática a la hora de realizar gestiones con nuestros clientes extranjeros.
Veamos dos ejemplos para comprobar las dificultades que puede plantear la jornada laboral española.
En primer lugar, pensemos en un cliente alemán (o en cualquier cliente europeo que se encuentre en el mismo huso horario), que entra a trabajar alrededor de las 8 h. En España, en muchas empresas, la actividad no comienza hasta las 9 h. Sobre las 11, en España muchos aprovechan para irse a desayunar, echar un pitillo, etc. A las 12 h es la hora del almuerzo en Alemania, que suele durar una hora. Y a las 14 h en España se cierra el chiringuito para ir a comer, hasta las 17 h. A esa hora, la mayoría de trabajadores alemanes ya han abandonado la empresa, mientras que la jornada española se alarga hasta las 19 o 20 h. A lo largo del día, la plantilla española y la alemana sólo ha coincidido un máximo de 3 horas (y con varias interrupciones).
Sin embargo, el escenario al que tengamos que enfrentarnos puede ser incluso peor. Si nuestro cliente, en lugar de alemán, fuera estadounidense o japonés, estaríamos hablando de una diferencia de hasta 11 horas. En estas circunstancias, para poder hacer negocios, tendríamos que confiar en el correo electrónico, olvidándonos de la comunicación directa. Eso o trabajar de 15 a 22 h.
Ante esta situación, tenemos dos opciones: intentar sacar todo el trabajo en aquellas horas en que coincidan ambas plantillas o adaptar nuestros horarios a los de nuestro cliente (que, no nos olvidemos, es quien nos da de comer). Probablemente, habrá quien argumente que, en la mayoría de casos, no es necesaria una comunicación tan directa con el cliente y que podemos confiar en el correo electrónico para gestionar cualquier asunto. Aunque esto pueda ser cierto, tenemos que considerar dos ideas. En primer lugar, la inmediatez en el trato denota profesionalidad. En segundo lugar, hay sectores en los que decisiones importantes se toman en cuestión de horas.
Adaptar la jornada no suele ser traumático. Si trabajamos con clientes europeos, la mayoría de nuestros trabajadores estará encantado de salir a las 17 h y disponer de toda la tarde libre. Y cuando tengamos que trabajar con husos horarios más interesantes, puede que tengamos que considerar la posibilidad de que la jornada comience a mediodía y termine sobre las 22 h. También podemos decantarnos por la flexibilidad: parte de nuestros trabajadores pueden entrar a las 9. El resto (los que lleven a cabo las gestiones con clientes extranjeros) a las 7:30.
¿Qué opináis? ¿Habéis considerado la posibilidad de modificar los horarios de vuestra empresa?
Más información | Asociación para la racionalización de los horarios españoles
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