Muchos ya han vuelto de vacaciones. Otros lo harán en apenas una semana. A todos ellos les afectará a su regreso el estrés postvacacional, que muchas veces se lleva por delante todo el relax que se ha conseguido durante nuestro descanso. Implantar medidas que favorezcan la conciliación o mantener la jornada intensiva ayudan a que estos niveles de estrés se reduzcan.
La jornada intensiva es algo que funciona muy bien en algunas empresas en verano, pero que sin embargo, en invierno se descarta. No por motivos de organización o productividad, sino más bien por la tradición de mantener un horario amplio de atención al cliente. Algo que no debería cambiar, ya que en muchos casos basta con acompañar esta medida con la flexibilidad horaria para cumplir con estos horarios.
Esto provoca que la mayoría de las empresas comiencen y finalicen en los mismos horarios, con los problemas de desplazamiento para los empleados que esto provoca. La flexibilidad de entrada y salida garantiza que se puedan adaptar estos horarios a nuestra vida personal y resolver muchos de los problemas que nos genera la vuelta al trabajo y, en caso de tener hijos, su incorporación a la escuela.
Estas facilidades son una ventaja competitiva para la empresa que las implanta a la hora de captar y retener talento. Es algo muy valorado por los trabajadores. Pero además son medidas que influyen de forma notable en cuestiones como el absentismo laboral y la productividad.
Al final si no podemos resolver temas personales, acabamos por gestionarlos de una u otra manera en el trabajo. Esto acaba por afectar a nuestra capacidad de concentración en las tareas pendientes. Estamos en el trabajo, pero con la cabeza en otra parte.
Si a este cóctel le sumamos unas gotitas de mal ambiente el resultado ya puede ser realmente agobiante hasta llegar a estar quemados, tanto como para que el empleado tome la decisión de cambiar de empresa más pronto que tarde. O que su rendimiento se vea tan afectado que sea la compañía la que tome la decisión.
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