El euro está fuerte. Lleva fortaleciéndose durante los últimos 5 años, y está en máximos en su relación con el dólar. Y las pequeñas empresas lo sufren claro. ¿Todas? Bueno, en realidad depende. Depende del balance que tengan entre productos de importación y productos de exportación.
Efectivamente, un dólar débil como el que estamos teniendo facilita las importaciones. Las cosas que compramos fuera nos resultan más baratas proporcionalmente que antes. Eso lógicamente reduce en una estructura de costes más saneada, y un mayor potencial de beneficios por el lado de los costes.
Sin embargo, el dólar débil dificulta la salida de nuestros productos al exterior. Pensemos que, sin haber hecho nada, nuestros productos se han encarecido en un 50% en los últimos años simplemente por el efecto del tipo de cambio. Este hecho, en un mundo globalizado, es suficiente para dejarnos fuera de las alternativas de compra. Si encima nos movemos en un mercado de poco valor añadido, en el que la competencia se realiza fundamentalmente por precio, menos posibilidades de mantener el tipo. ¿Qué se puede hacer? Lamentablemente, poca cosa. En estas circunstancias de mercado, lo que procede es realizar esfuerzos por mejorar la productividad y la eficiencia de nuestros procesos productivos, para tratar de enjugar parte de ese encarecimiento a base de reducir nuestros costes, y así salir al mercado internacional con un menor diferencial de precio del que obliga la relación entre dólar y euro. O evolucionar a productos y servicios de mayor valor añadido que permitan competir en base a factores distintos del precio.
Se trata, sin duda, de una fase complicada para las empresas. Pero por otra parte, con un potencial muy interesante ya que obliga a introducir mejoras sensibles que, en un escenario diferente de tipos de cambio, permitirá estar en unas condiciones competitivas muy interesantes, con procesos más eficientes y más valor añadido que permitirán recoger, entonces, lo que se ha de sembrar ahora.