Pudiera parecer que al vivir en una sociedad que a priori tiene una mayor formación que antaño y que recibe mayor y mejor información de todos los ámbitos la misma debería estar prevenida y preparada para hacer frente a muchas más cosas, entre ellas la picaresca comercial, pero en muchas ocasiones no es así.
Siempre me ha sorprendido, me sorprende y me seguirá sorprendiendo como hay un porcentaje nada desdeñable de la población que cae de cuatro patas en los cebos que en muchas ocasiones algunas empresas sin escrúpulos les ponen para que caigan. Aunque yo (y sin que me gusten estos tipos de procedimientos y de negocios) encuentro más culpable casi al que se deja engañar que al que engaña.
Y es que aquí no voy a entrar en el tema de empresas que en sus tareas comerciales realizan directamente actividades o prácticas ilícitas para lograr un cliente, engañarle o estafarle directamente. Pues eso por supuesto es deleznable y está y debe de estar perseguido, a lo que me refiero son a aquellas prácticas que mintiendo sin mentir, diciendo sin decir, logran que el cliente caiga a sus pies, ¿en estos casos quién es el culpable? A mi entender todo aquel que se deja engañar.
Y para mí el culpable es quien se deja engañar pues el otro en ningún momento incurre en ningún acto ilícito. Es decir, me refiero al típico embaucador que nos llama a la puerta o por teléfono y por medio de frases técnicas, un lenguaje rápido o diciéndonos cosas que en realidad no son lo que dice, pero que lo que dice no son mentira exactamente, y también me refiero a otros casos distintos a concursos televisivos de (casi) imposible ganancia entre otros. ¿Ilícito? No. ¿Moral o inmoral? El bien y el mal son puntos de vista, la legislación la cumplen.
En Pymes y autónomos: Promover las buenas prácticas empresariales
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