En nuestro día a día en la empresa constantemente necesitamos cooperar con clientes, proveedores y otros tantos colaboradores, proporcionándonos unos más garantías que otros, siendo la reputación con la que estos cuentan, el pilar sobre el que se basan gran parte de nuestras decisiones.
La reputación, como pueden comprobar, es un activo intangible pero que cuenta con una gran fuerza, es algo que no se puede contar con dinero, y tampoco se puede construir de un día para otro, siendo más bien fruto del trabajo bien hecho, de la constancia y de la llevanza de un buen código deontológico que les permita a los colectivos con los que nos relacionamos, tener la certeza de que los negocios que realicen con nosotros van a contar con notables garantías.
Si pensamos en qué es lo que necesitamos para ganarnos una buena reputación, siempre es más fácil pensar en pequeño, y trasladar esa manera de proceder a las esferas más globales de nuestra organización. Por ejemplo, se puede citar el caso de un contacto entre una marca de bebidas con una empresa que basa su actividad en la fabricación y venta de botellas de cristal. Si esta segunda recibe un pedido de la anterior, y no cumple con los estándares de calidad en las botellas, en el precio unitario, en la forma de pago o en alguna de las condiciones fijadas en el presupuesto, seguramente la empresa de bebidas no volverá a contactar con ella para establecer relaciones comerciales futuras.
En cambio, si todos estos aspectos se cubren con solvencia, estamos ante una nueva relación comercial con garantías de futuro. Al final, el objetivo de la reputación se basa en cualidades humanas como la honestidad, la confianza y la claridad, porque no podemos olvidar que detrás de las empresas hay personas, y la ética de estas es un valor que no ha de pasar de moda.
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