Cuando se decretó el estado de alarma y el confinamiento muchas empresas crearon su propio plan de contingencia para intentar que su situación financiera pudiera resistir el golpe de aguantar sin ingresos. Lo cierto es que muchas de ellas no preveían una crisis de esta magnitud y ahora las empresas están más débiles para afrontar la segunda ola del coronavirus.
Las que fueron más pesimistas en sus previsiones no pensaron en un breve paréntesis de unos meses con baja facturación hasta el verano, cuando con el calor la incidencia del virus podría ser menor y recuperarse. Fueron más allá y trazaron un plan para aguantar un año.
El problema es que muchas de ellas no consiguieron los recursos necesarios. En otros casos simplemente la facturación, una vez que pudieron volver a abrir, se ha quedado muy lejos de su media. Es cierto que algunos gastos, especialmente los laborales si han metido al personal en ERTE pueden haber disminuido, pero a muchos no les cuadran las cuentas.
Se recurre a la deuda para evitar cierres. Y por eso en esta segunda ola que ahora está comenzando muchos se encuentran en una situación de debilidad extrema. Ya no disponen de sus ahorros, su facturación no cubre en muchos casos los gastos y además tienen que hacer frente al pago de créditos.
La situación es insostenible a medio plazo. Muchos se preguntan ¿si nos ponemos en el peor escenario cuánto tiempo podemos aguantar sin tener que cerrar? Y aquí es donde se corre el peligro de hacer trampas al solitario, pensar que no llegaremos al peor escenario o que la facturación se recuperará antes de lo que pensamos.
Y a todas estas pensando que esta campaña de navidades no va a ser, ni mucho menos, la tabla de salvación que otros años ha sido para el comercio tradicional. Tampoco lo serán las rebajas. Porque por un lado hay consumidores que serán reticentes a gastar, también hay un cambio en las tendencias de consumo y por otro muchos huirán de grandes aglomeraciones. Según donde se ubique nuestro negocio esto será un problema.