
La Semana Santa ha dejado una imagen clara del malestar económico que arrastra una parte significativa de los trabajadores: las torrijas, un dulce tradicional de estas fechas, se venden un 30% más caras que hace dos años, según datos recogidos por El Economista.
¿Es esto anecdótico? Por desgracia, no se trata de una excepción. El encarecimiento ilustra una tendencia más profunda: pese a los aumentos constantes del SMI, el coste de la vida en España sigue tomando la delantera, aumentando incluso en productos esenciales.
El precio de vivir (y de comer)
En los últimos años, la inflación ha golpeado con intensidad a la alimentación. El menú del día, como termómetro para controlar el gasto medio de las familias, es un buen ejemplo: se sitúa ya, de media, en unos 14 euros, un 6,1 % más que hace un año y un 20 % más que en 2016, según datos del gremio de Hostelería.
El repunte no se limita al sector hostelero. Según El País, alimentos como las patatas (+7,9%) y el chocolate (+20%) se han encarecido durante 2024, pese a la contención general de la inflación, que sigue superando el salario medio.
A su vez, el grupo de productos básicos que había visto rebajas fiscales en el IVA durante la crisis inflacionaria ha vuelto a sus tipos habituales desde enero de 2025, lo que anticipa nuevas subidas de precios, con algunas excepciones, como el aceite de oliva, cuyo coste para los consumidores ha empezado a moderarse.
Lo salarios crecen, pero no compensan
A nivel nominal, el salario medio en España ha continuado aumentando. A finales de 2024, se situó en 1.987 euros mensuales, un 3,8 % más que el año anterior. Sin embargo, el salario más frecuente fue de solo 14.586 euros anuales, es decir, poco más de 1.000 euros brutos mensuales, según datos del INE, que también acogen medias jornadas y otras opciones laborales.
Puede observarse una visión más global de la situación atendiendo cómo el SMI ya supera el 70 % del sueldo que se paga en las pymes.
En otras palabras, la mayoría de trabajadores cobra menos de lo que reflejan las medias, y muchos enfrentan precios de productos básicos que no dejan de aumentar. Incluso con el impulso del salario mínimo interprofesional el poder de compra sigue comprometido.
La mejora del SMI, aunque significativa, es desigual entre comunidades y no alcanza a compensar por completo el encarecimiento acumulado en vivienda, energía, alimentación o transporte.
Alimentos básicos como las patatas y las carnes de ternera u oveja han subido por encima del 7 % (RTVE), aumentos que afectan directamente a la cesta básica y que, acumulados, terminan afectando a los ingresos de los hogares con mayor vulnerabilidad económica.
El coste estructural
Más allá de los datos puntuales, lo que evidencian estas cifras es que la relación entre ingresos y gastos se ha tensado de forma estructural. Hoy, los precios de los alimentos siguen por encima de los niveles previos a 2022 debido al alza de costes en energía, transporte y materias primas, a pesar del aumento de la producción.
El escenario, además, se complica con nuevas cargas para las empresas y los trabajadores, debido al aumento notable de los costes laborales (cotizaciones laborales y carga fiscal) que lastran tanto la competitividad como el rendimiento neto de las rentas medias y bajas.
¿Es suficiente subir salarios?
Todos estos datos invitan a replantear una idea extendida: "basta con subir los salarios para mejorar las condiciones de vida."
La realidad muestra que mientras el coste de los productos esenciales crece más rápido que los sueldos (y los suministros, y al acceso a la vivienda), la recuperación sigue siendo desigual y frágil. Subir salarios ayuda, pero no es suficiente si los precios de la alimentación, la energía o la vivienda continúan tensionando los márgenes de consumo de los hogares e incrementando la inflación acumulada. En definitiva, el problema ya no es solo cuánto se gana, sino cuánto cuesta vivir.