El empleo crece en marzo previo a la Semana Santa. Las lluvias no frenan al turismo... pero hay letra pequeña

El empleo crece en marzo previo a la Semana Santa. Las lluvias no frenan al turismo... pero hay letra pequeña
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El pasado marzo cerró con un fuerte aumento de la afiliación a la Seguridad Social: 161.500 nuevos trabajadores registrados. Son buenas noticias para los trabajadores y las empresas, y un dato que llama poderosamente la atención por dos motivos: porque supera la media de creación de empleo para este mes;  porque la Semana Santa, que cae en abril, no ha influido en la estadística.

La economía avanza. Y lo hace a pesar del mal tiempo. Las lluvias intensas que marcaron buena parte del mes no han impedido que se reactive la contratación, sobre todo en el sector servicios. Sin embargo, el buen dato tiene letra pequeña. Aquello en lo que nadie quiere pensar demasiado: ¿sigue teniendo España una estructura muy dependiente del turismo? En un país donde “sol y playa” son una ventaja comparativa, el clima se convierte en una variable crítica... que puede jugar en contra.

Alta estacionalidad

El turismo sigue siendo el gran generador de empleo en España. Representa aproximadamente el 12 % del PIB y su influencia se multiplica en la estadística del paro cada vez que llegan fechas clave: en concreto, Semana Santa, verano y navidades. De hecho, el sector servicios ha liderado la caída del desempleo en marzo, con más de 14.000 parados menos registrados.

El empleo crece antes de las vacaciones porque el país se prepara: refuerzos en hoteles, bares, aeropuertos o comercio local. En pocas palabras, marzo suele ser un mes de ajuste, donde las empresas ajustan plantillas anticipándose al pico de demanda, especialmente en zonas costeras y ciudades con alta atracción turística.

Este patrón se repite año tras año, pero no es neutro. El modelo económico español —más volcado al turismo que otras economías europeas como Alemania o Francia— genera un dinamismo laboral evidente… y, al mismo tiempo, una vulnerabilidad estructural que, si bien no pasa desapercibida, parece tratar de esquivar medidas profundas.

No es extraño tampoco. En realidad, el turismo (el de siempre, el de sol y playa) está salvando las políticas del Ejecutivo y reduciendo la deuda externa a pasos agigantados. Así, en una época donde la masificación turística es global, también lo es la dependencia del propio modelo.

El clima, como variable

Marzo fue un mes de lluvias intensas. Aun así, el mercado laboral creció, como si lo hubiesen regado lo justo y necesario.

El turismo, no obstante, necesita del buen tiempo como un aliado: si el clima falla, lo hace la previsión de reservas, los niveles de gasto y las contrataciones. La clave no es si un mes llueve o hace sol, sino cómo el clima se vuelve más impredecible.

El cambio climático no es una amenaza abstracta. Las olas de calor, las lluvias torrenciales o la sequía afectan directamente al modelo turístico. Si los fenómenos extremos se vuelven más frecuentes, la estacionalidad puede transformarse en inestabilidad.

Desde la Seguridad Social, se ha apuntado que el empleo no es solo mejor que en el pasado, sino de mayor calidad: casi 14,9 millones de afiliaciones con contrato indefinido, de los que más de 9,86 millones trabajan a tiempo completo. Los fijos discontinuos “se estabilizan”, representando el 4,8 % del total de afiliados, mientras que los trabajadores temporales se mantiene por debajo del 12 %, que se ha reducido a más de la mitad frente a la época previa a la reforma laboral (2017-2021).

Incertidumbre climática

Y en un país donde buena parte del empleo gira en torno al turismo, los riesgos climáticos se traducen en riesgos económicos y laborales. No es casual que el Banco de España haya empezado a apuntar sobre cómo el cambio climático puede llegar a afectar el modelo español.

Una cuestión de capital importancia que también señala CaixaBank Research, donde apunta que las zonas más cálidas tuvieron un gasto turístico menor o más lento entre las temporadas alta de 2019 a 2023. La ONU también ha señalado esta vulnerabilidad y promovido políticas de cambio a medio y largo plazo.

De igual modo, hablar de turismo en el país obliga a mencionar la estacionalidad, que no se modifica a golpe de legislación laboral.

Buena parte del empleo generado por el sector se concentra en unos pocos meses del año, ligados a las vacaciones escolares y al buen tiempo. Esta concentración provoca altibajos en la afiliación, obliga a depender de contrataciones temporales y complica la estabilidad laboral.

Por eso, desde hace años se insiste en la necesidad de necesidad de desestacionalizar el turismo, es decir, distribuir la actividad turística de forma más uniforme a lo largo del año. Sin embargo, romper esta estacionalidad resulta complejo, porque exige reconfigurar la oferta turística para que sea atractiva también en temporada baja, apostar por productos menos climáticos —turismo cultural, rural, de negocios o de bienestar— y mejorar infraestructuras y conectividad.

Todo ello requiere planificación, inversión y una visión a largo plazo que no siempre ha estado presente. La parte positiva es que España, una vez más, lidera la creación de empleo en Europa, con un mes de marzo especialmente positivo en términos de afiliación y reducción del paro.

Las cifras son buenas, pero ¿estables? No necesariamente estables. La dependencia de los servicios (turísticos) tiene sus limitaciones, como hemos visto, y el riesgo ya no solo es reducir la calidad de vida de los residentes (que no es poca cosa), sino también la incertidumbre climática.

El modelo que las sustenta —altamente estacional, sensible al clima— necesita repensarse más allá del próximo puente o la próxima campaña de verano. Por ahora, seguimos capeando el debate de fondo.

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