Cuando un país que no tiene el control directo sobre su moneda entra en una recesión tan galopante como la que ha sufrido España en los últimos seis años, no le queda más remedio que llevar a cabo devaluaciones internas que permitan a sus empresas obtener ganancias relativas en competitividad con el resto de países del mundo, con el objetivo último de poder vender su producción fuera del país, evitando la excesiva dependencia de su mercado interno.
España ha sido un claro ejemplo de esta situación. En los años 90, era habitual que se llevaran a cabo agresivas devaluaciones monetarias para que el precio de los bienes fuese relativamente más bajo que el del resto de países del mundo. En la actualidad, sin soberanía monetaria, España ha realizado un ajuste equivalente a una devaluación de la peseta del 30%. Las empresas, mediante la reducción de los márgenes empresariales, y los empleados, viendo como caía su salario, han sido los artífices de este milagro español. Sin embargo, todavía queda mucho camino por recorrer.
Y es que, una vez que se ha trabajado a fondo la devaluación salarial y de márgenes empresariales, es necesario que, por fin, se emprendan acciones decididas para conseguir una devalución fiscal y energética. De un lado, el supuesto efecto positivo que debería haber tenido la devaluación interna se ha evaporado por el incremento de la presión fiscal, tanto directa como indirecta sobre las pymes y autónomos, además del cada vez mayor coste energético que tienen que soportar las empresas.
Es en esta línea en la que se encuadra el informe Lagares: reducir la imposición directa y aumentar la imposición indirecta con el objetivo de compensar la menor recaudación, en especial, de IRPF y Sociedades. La reducción de los costes fiscales debería servir para aumentar la competitividad de las empresas.
Sin embargo, tengamos en cuenta que el incremento del IVA puede tener un efecto contrario al deseado. Cuanto más se incremente este tributo, más se resentirá el consumo y, por tanto, las ventas e ingresos empresariales. La idea de la comisión de expertos encabezados por Manuel Lagares es que sean las propias empresas las que absorban ese incremento; sin embargo, muchas de ellas tienen tan resentidos sus balances empresariales que no tienen capacidad real para hacerlo y esta decisión dependería en última instancia de ellas. Sin embargo, como bien decía mi compañero Lucerito, es pan para hoy y hambre para mañana.
Más difícil parece la devaluación energética. Con uno de los costes energéticos más elevados de Europa y subiendo, no parece fácil reducir uno de los mayores lastres para la competitividad de las empresas. El problema es que estos incrementos energéticos evaporan el efecto positivo de reducción del resto de costes.
Los asalariados, las empresas, los autónomos y, en general, todos los ciudadanos, ya han realizado el mayor esfuerzo para sacar la economía española adelante. Sin embargo, el camino todavía no está recorrido por completo; todavía es necesario una acción decidida del sector público para reducir los costes empresariles, mejorando la competitividad empresarial.
En Pymes y Autónomos | La competitividad española en claro retroceso Imagen | geralt