Cuando se habla de falsos autónomos muchas veces se tiende a asimilar unos y otros con la figura del TRADE. Esta es una figura cuyo reglamento se aprobó allá por 2009 para establecer una mayor protección para aquellos autónomos que tenían al menos un 75% de sus ingresos de un solo cliente.
Pero el matiz es que no se trata de una relación laboral, sino de naturaleza civil, mercantil o administrativa. Además en el contrato que firman ambas partes deben quedar recogidos los trabajos a realizar y la retribución económica contemplada, la duración prevista, la delimitación de la jornada y los periodos de vacaciones, preavisos o indemnización por resolución del contrato.
Y aquí es donde viene el meollo del asunto, en lo que puede y no puede pedir la empresa al autónomo que desarrolla un trabajo para ellos. Ni pueden imponer un horario, ni el número de horas que tardarán en hacer su trabajo. Tampoco tienen obligación de acudir al centro de trabajo.
No se puede decidir cuándo se van a ir de vacaciones por ellos ni tampoco exigir que se trabaje en exclusiva para ellos. Como autónomo podemos aceptar otros trabajos, aunque si dejamos de percibir el 75% de ganancias de un único cliente perderemos la condición de TRADE.
Los TRADE tienen también una serie de contraprestaciones que la empresa debe asumir. Un ejemplo claro son las condiciones de ciertos trabajos de economía colaborativa, donde finalmente parece que la Inspección de Trabajo ha tomado cartas en el asunto ante la aplicación de la ley de embudo, ya que el autónomo siempre será el eslabón débil de la cadena.
Si en lugar de una relación laboral, que sería lo normal según las condiciones que las empresas plantean a muchos autónomos, se establecer una mercantil, no solo es que la compañía ahorre costes, sino que la Seguridad Social deja de ingresar una importante cantidad de dinero.
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