Por mucho que queramos o demandemos que vuelva el crédito debemos desengañarnos, eso no va a pasar en mucho muchísimo tiempo. Por supuesto que las entidades financieras viven de prestar dinero y podemos pensar para qué sirven entonces, pero lo cierto es que lo ocurrido en el pasado y las circunstancias económicas actuales sólo pueden indicarnos que el acceso al crédito sólo estará reservado para unos pocos.
El excesivo endeudamiento privado (familias y empresas) acumulado en los años anteriores al estallido de la crisis determina una política restrictiva a la hora de que los bancos asuman más riesgos concediendo más préstamos. Por otro lado las tasas de morosidad actuales ayudan a que se apliquen esas restricciones.
Ante esto el crédito está vedado para todo aquel que no ofrezca garantías. El cambio ha sido drástico, se concedían hipotecas, lineas de crédito o préstamos personales y a empresas con excesiva alegría o sin prever lo que pasaría cuando estallara la burbuja y ahora estamos pagando esos excesos.
Efectivamente el problema es que los que ahora pagan ese cambio de estrategia no tienen nada que ver con los que se endeudaron entonces, pero por desgracia las condiciones han cambiado para todos, los de antes y los que intentan financiarse ahora.
¿Qué alternativa queda? Lógicamente el camino a recorrer es facilitar la inversión privada. Pensemos que España era hasta ahora un país excesivamente bancarizado y que la cultura financiera debería abrirse a la inversión industrial, que acerque a un terreno común a inversores y empresas.
Se ha dado el primer paso con la aprobación de algunas medidas de la Ley de Emprendedores, pero a todas luces éso no es suficiente. Hace falta más pedagogía sobre el tema, crear estructuras que faciliten el contacto entre unos y otros y otorgar más incentivos fiscales para la inversión en proyectos empresariales.
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