Vivimos una época compleja, en la que los balances de las pequeñas empresas están ajustados al milímetro. Con unos ingresos a la baja en la mayor parte de los casos, los gastos han de estar vigilados muy de cerca para evitar desequilibrios inesperados. Y aquí una fuerte política de ahorro debe ser prioritaria. Pero, ojo, todo en su justa medida: ni despilfarros, ni tampoco una obsesión que pase factura a la gestión.
El ahorro de costes en una pequeña empresa debe estar continuamente en la estrategia a corto y medio plazo. Y, además, creo que inculcar la importancia de esa reducción de los gastos en el día a día en la plantilla puede ser positivo. Hacerlos partícipes de la necesidad de evitar desembolsos innecesarios y de establecer procesos lo más productivos y eficientes posibles.
Pero, ojo, hay que mantener un equilibrio. Eso no se puede convertir en una obsesión que tiene el riesgo evidente de acarrear errores en la toma de decisiones, por ejemplo, en una gran compra o en la contratación de un servicio importante para el funcionamiento del proyecto. Y también hay riesgo de tensar en demasía la cuerda de una plantilla que, ahora más que nunca, debe ser la aliada y no el enemigo.
Generalizar no suele ser justo pero, en este caso, hablar de pequeñas y medianas empresas es, mayormente, hablar de estructuras ajustadas y de gastos relativamente controlados. Tras cinco años de crisis los ajustes se han repetido y, en infinidad de firmas, ya no cabe mucho más recorte sin trastocar los planes de la empresa, ni su esencia, ni la calidad. Por ello, hay que también dedicar recursos y mucho tiempo a maximizar ingresos, con fórmulas innovadoras y diferentes que funcionen en un momento tan complejo.
No es fácil, pero en la política de ahorro de costes en el equilibrio está la virtud. La obsesión sólo llevará a decisiones erróneas y dificultades añadidas a la ya dura situación actual.
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