Hay que reconocer que el coche de Maus, al que llamaba cariñosamente “Leré” por su capacidad de marear a los pasajeros, era bastante viejo, pero la experiencia le decía que a los vehículos no les salían arrugas con el paso del tiempo. Sin embargo, allí estaba aquella gran abolladura en la puerta lateral. El asesor dio unas cuantas vueltas en busca de alguna nota o explicación de aquel que hubiese causado el destrozo, pero no había nada.
Entró en el vehículo por la puerta del copiloto, ya que la del conductor no respondía a sus tirones y se dirigió a un taller para ver lo que podían hacer por Leré. Cuando llegó al más cercanos seguía mascullando insultos, pero entonces recibió con sobresalto el saludo de un mecánico totalmente eufórico al ver que cruzaba la puerta.
El taller más limpio del mundo
- Oh dios ¡ha entrado! – gritó el mecánico mientras agarraba la mano de Maus y la movía rápidamente de arriba a abajo. El asesor pensó que aquello debía tratarse de un saludo e intentó de sonreír tímidamente aunque no lo logró. En su lugar, su cara dibujó un gesto de asco, resultado de la fusión entre la sorpresa del recibimiento y el cabreo por el incidente de su coche… además de por la agitación que su cuerpo experimentaba por aquel apretón de manos tan impetuoso.
- ¿Nos conocemos?
- No no, no nos conocemos. Claro, es que… a ver, yo me alegro de que venga un cliente ¡al fin! Llevaba meses rezándole a la virgen y pensaba que no me escuchaba, pero entonces usted entró y…y… bueno, yo…
- Calma, calma… – dijo Maus cansado de aquel torbellino dialéctico y liberando su mano del saludo eterno al que estaba siendo sometida – Vengo a que me arregle el coche.
- Por supuesto, esto es un taller. La gente venía a eso…digo, la gente se supone que debería venir a eso. ¿Qué digo? la gente VIENE a eso, porque usted está aquí ¿verdad? es real. Oh, dios, debo parecer un loco. – Maus levantó una ceja y se dio una vuelta sobre sus talones para observar el taller. Todo estaba limpio, reluciente, y la bata del mecánico no era una excepción.
- Parece que el negocio no va muy bien.
- Parece que no hace falta ser adivino.
- Ya… bueno, aquí está mi coche ¿cuánto me podría salir el arreglo de esta gran abolladura?
- A priori diría que podríamos arreglar la puerta o cambiarla, aunque tendríamos que buscar si hay algo de este modelo. Se lo tengo que mirar bien para darle la mejor alternativa. Normalmente estas cosas no tienen mayor importancia, pero parece haberse afectado el mecanismo interno de apertura.
- Mire, hagamos un trato. Yo le ayudo con su negocio y usted me lo arregla gratis. Si mi ayuda no le da un resultado de, como mínimo, el coste de la reparación, le pagaré el doble de lo que presupueste.
- Venga, hombre. ¿Yo estaba preocupándome por si pensaba que estaba loco y resulta que usted está totalmente desquiciado?
- Mi nombre es Maus y me dedico a asesorar a empresas, mejorando sus resultados mediante la utilización eficiente de sus recursos. – Extendió su mano con su tarjeta y la mano limpia del mecánico la recibió con curiosidad.
- ¿Usted se llama Maus? – Se alejó y cogió de su mesa (donde estaba dormido otro mecánico) un pequeño libro para enseñárselo a su interlocutor- ¿Como el cómic de Art Spiegelman? Justo estaba empezando a leerlo.
- Creo que por primera vez tengo que decir que sí...como este… cómic en el que sale un gato y una esvástica nazi. Ejem… vaya, y ganó un Pulitzer.
Tras una pequeña negociación, el mecánico aceptó el trato pues parecía que no tenía nada que perder: o ganaba el doble por una reparación o su negocio mejoraba. Entonces Maus le explicó el plan y lo llevaron a cabo durante un mes, observando un incremento de la facturación.
Pero ¿qué hicieron?
Para Maus era muy evidente que el número de coches abollados en circulación había aumentado notablemente desde el comienzo de la crisis económica. Sin duda la gente no podía pagar los arreglos y esto se había concretado en la falta de clientela en los talleres, especialmente en los que no pertenecía a ninguna casa comercial.
Su pensamiento cambió cuando el mecánico le dio el presupuesto para arreglar a Leré, ya que pensaba que sería más caro. En aquel momento obtuvo una importante pista que le ayudaría a desarrollar una estrategia. Puede que mucha gente pueda pagar uno de estos arreglos, pero que no lleguen a pedir presupuesto al pensar que es demasiado caro para sus bolsillos. Era una gran oportunidad que esperaba ser exprimida.
Maus se llevó al mecánico a la calle y fueron buscando coches abollados o con otros defectos estéticos que estuvieran estacionados, partiendo de los alrededores del taller y alejándose poco a poco.
Con ellos se llevaron un montón de papeles que prepararon con el logotipo, el CIF, el teléfono y demás información de la empresa. Pese a la reticencia inicial de su cliente, el plan quedó totalmente claro ante el primer coche, en cuanto Maus le preguntó “En general ¿cuánto cobrarías por lo que tiene este coche?”
Tan pronto como escuchó la cifra la anotó en el documento y la colocó en el parabrisas del vehículo. Repartiendo presupuestos por la ciudad, observaron cómo el teléfono comenzó a sonar y varios clientes llegaron sorprendidos con sus vehículos. La frase más repetida era: “pensé que sería más caro”.
Cuando se pudieron demostrar los resultados de la estrategia, el mecánico le envió un cheque a Maus por el valor de la reparación que había sido pagada a modo de depósito. El asesor se fijó en el papel y pudo ver claras marcas negras de suciedad y olor a aceite en su revés.
Esto le produjo una gran satisfacción, no solo porque la estrategia parecía funcionar, sino porque Leré volvió a abrir sus brillantes puertas a su dueño, todo un bribón… y gratis.
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Imagen | Germán R. Udiz