Desde que arrancó la crisis financiera en el verano de 2007, y en la medida en la que esta se fue trasladando a las variables macroeconómicas reales y a los malos resultados empresariales, las retribuciones y las políticas de compensación para los empleados han ido desinflándose.
El asunto, es que ya llevamos más de seis años de crisis y cada vez más empleados se encuentran en una situación de estancamiento, sintiendo que su carrera profesional no avanza, y que tras asumir incluso más responsabilidades que antes de la crisis, creen no ser recompensados.
A estas alturas de la película no podemos pensar que las promesas y las compensaciones a futuro sean una solución, porque en primer lugar el futuro es incierto, porque la valoración de los incentivos es más preferida a corto plazo, y finalmente, porque precisamente esta situación se lleva arrastrando desde hace más de un lustro.
Tal vez este tipo de incentivos hay que buscarlos en otro tipo de alicientes, como la inmersión de nuestros empleados en la toma de decisiones, la retribución flexible, e incluso la participación en el capital de la empresa. Es decir, haciéndoles partícipes de la empresa todo lo posible, proporcionándoles argumentos reales para que cuando sea que las circunstancias cambien, su esfuerzo pueda verse recompensado.
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