La metáfora del reino que no sonreía

La metáfora del reino que no sonreía
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En ocasiones los gestos más simples pueden influir en el equipo que nos rodea sobretodo si está subordinado a nuestra posición en la empresa y no tenemos establecida una buena comunicación interna. El siguiente relato, expresado como un pequeño cuento está basado en una experiencia personal que podría estar sucediendo en muchas empresas :

"Érase una vez... un reino triste. Sus habitantes habían tratado de averiguar el origen de aquel abatimiento preguntándose unos a otros pero al final siempre llegaban a la misma conclusión: Miedo. "¿Pero miedo a qué?" cuestionaban algunos aunque nadie sabía responder de forma satisfactoria.

Un día llegó un anciano extranjero a un paso tan lento que no podía ignorar el hecho de que nadie sonreía. Ni los niños, ni los viejos... nadie. Los campesinos trabajaban lentamente y se rascaban la nuca con obsesión. Con ese lento andar se acercó a uno de ellos y preguntó:

  • ¿Os trata mal vuestro Rey?
  • ¿El Rey? No nos trata mal. ¿Por qué pregunta?
  • Parecéis oprimidos por algo.
  • Creemos que es miedo.
  • ¿Miedo a qué? - El ciudadano solo supo encogerse de hombros y se alejó mirando al aire con desgana mientras suspiraba: "y yo que sé".

El anciano quedó confuso ya que nunca había visto un pueblo tan desmotivado sin aparente razón. Dirigió sus ojos hacia la ciudad y vio el castillo donde vivía el Rey. Pensó en acercarse para descubrir el origen de aquel misterio y en su camino le adelantó a toda velocidad una caravana real que casi le atropella. En ese momento, con el anciano en el suelo, la caravana paró y una cabeza asomó por un lateral del carruaje.

La mirada seria y gris del Rey le estudió con ojos cansados y al asegurarse de que todo estaba bien volvió a desaparecer. Las personas miraban la escena en un silencio que solo fue roto por los caballos cuando siguieron su camino. El anciano vio el miedo en la cara de los campesinos. ¡No temían por él sino por ellos mismos!

Ya en el castillo pidió audiencia con el Rey pero le dijeron que era imposible. Insistió y solo pudo pasar cuando, dos días después, se identificó como "motivador" ya que sabía que era el gran problema de aquel lugar. Ya ante el Rey le preguntó:

  • ¿Por qué no sonríe?
  • ¡Qué insolente! ¿por qué no sonrío, dice? ¿Por qué debería hacerlo? Nadie lo hace, la producción va a peor, la gente ya no celebra ni sus fiestas tradicionales. Algo pasa en este reino y tengo miedo. Mis puertas están cerradas, voy corriendo a todas partes. Bueno, usted ya lo sabe pues casi nos lo llevamos por delante.
  • ¿Sabe que el pueblo tiene miedo?
  • ¿Ellos? ¿A qué?
  • No lo saben
  • Quíteles ese miedo absurdo, anciano. ¿No dice usted que es motivador?
  • Lo cambiará usted mismo.
  • ¿Cómo se atreve a darme órdenes?

Quedaron en audiencia privada hasta que el Rey entendió y se comprometió a hacerle caso. Una semana después el anciano caminó por los senderos del reino y observó emocionado el rostro relajado de los campesinos, que con brío hacían sus quehaceres diarios. Preguntó a uno al azar: "¿Por qué están tan tranquilos y felices?" "¿Felices? No sé, el sol brilla y estamos sanos. Supongo que será eso".

El anciano no replicó y se alejó con su lento paseo cuando una carroza real llegó a ritmo pausado. Le adelantó con tranquilidad, momento en el que pudo ver una sonrisa en la cara del Rey. Aquello fue precisamente lo primero que le pidió: "simplemente sonría. Cuando su rostro refleja aflicción todos temen a lo desconocido. Como consecuencia usted también temerá". Ahora solo esperaba que le hiciera caso en las demás labores: "Abra las puertas sin miedo y hable con ellos pero ante todo... escuche con un gesto amable."

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