Una de las conversaciones más habituales en los hogares españoles tiene como tema principal una palabra: contrato. Imaginemos un diálogo entre una madre y su hijo. Ella, llena de gozo al escuchar que su hijo tiene empleo le pregunta: "¿Pero te han hecho contrato?"
Una cuestión que hace una década hubiera sido tomada por algo surrealista. Sin embargo en 2017, el hijo le responde:"Me tengo que dar de alta como autónomo", no añadiremos la cara que se le queda a su interlocutora. ¿Dónde están los contratos? ¿Se acabó esa forma de trabajar? ¿Debemos ser emprendedores/autónomos/supervivientes?
Un contrato, una odisea
Suena el teléfono, para una persona desempleada es sinónimo de incertidumbre. ¿Una entrevista de trabajo? No. Una invitación a trabajar pero dándose de alta como autónomo. O la otra variante: no estás en plantilla pero nos gustaría que colaboraras como freelance.
Si a finales de verano, la noticia era que los contratos que mayor auge habían tenido eran los de camarero: fines de semana o como mucho dos meses, imaginemos el resto del año.
El contrato ya no es sinónimo de estabilidad
No sólo cuesta sangre, sudor y lágrimas que ese milagro se produzca, sino que tener un contrato hoy día no significa que las cosas comiencen a marchar mejor laboralmente hablando.
Lo peor de todo es que este tipo de situación sólo tiene un fin: un peor resultado en la calidad del trabajo y una menor productividad.
En Pymes y Autónomos|España en el podio de la UE de trabajadores con contrato parcial que quieren más horas
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