Trabajar menos horas manteniendo el mismo sueldo y aumentando la productividad. Este ha sido el resultado de una empresa neozelandesa al implantar una jornada laboral de lunes a jueves, lo que implica 32 horas semanales de trabajo. Los empleados descansan los viernes, sábado y domingo.
Puede parecer una locura o que es algo muy concreto no extrapolable a nuestro país, pero lo cierto es que se trata de una gestoría, que se encarga de fideicomisos, propiedades o testamentos. Y no precisamente una microempresa, sino que cuenta con 240 empleados. ¿Y cómo salen las cuentas a la empresa? Pues gracias a una mejora de la productividad.
Fundamentalmente se debe a que los empleados han mejorado su balance entre vida personal y profesional, mejorando su equilibrio en un 24%. Disponer del viernes libre les permite dejar muchas de las gestiones, problemas caseros, etc. para realizar en dicho día, sin tener que preocuparse por como encajarlo en la semana.
No es el único cambio observado. También se han realizado ajustes organizativos, donde la reuniones que se alargaban unas dos horas ahora se ajustan a 20 minutos. A la vez esos momentos de charla entre los empleados en la cafetería se han reducido notablemente, así como la necesidad de tomar descansos más largos.
Tras estar tres días fuera de la empresa los empleados vuelven con energía renovada, más descansados y creativos. Llegaron a tiempo y no se fueron antes de la hora ni se tomaron más tiempo de descanso del necesario. Este compromiso con su trabajo a cambio de un día más de descanso, medio si la empresa acaba los viernes a medio día.
Lo cierto es que de momento el experimento carece todavía del tiempo necesario como para asegurar su éxito. Apenas lleva un par de meses implantado y no se ha producido el efecto memoria. Al igual que un trabajador que se incorpora a una nueva organización tiene muchas ganas y está muy comprometido, puede que su implicación baje cuando ya lleva tres o cuatro años en la empresa.
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