Una de las primeras cuestiones que se le plantea a cualquier inversor que quiere colocar sus capitales en una empresa, especialmente en las etapas iniciales, es la de conocer de dónde ha obtenido los recursos necesarios para financiar su actividad. En la mayoría de ocasiones, las empresas se decantan por la financiación ajena, sobre todo la bancaria, pero cada vez son más los empresarios que eligen financiarse a través de fondos propios.
Pero, ¿qué es mejor a los ojos de un inversor? La respuesta es, como casi siempre, depende. Que una empresa esté endeudada no es un síntoma malo en sí mismo. Por un lado, porque las empresas que utilizan deuda para financiar su activo suelen ser más rentables, pues utilizan de una manera más eficiente sus recursos financieros. Sin embargo, un volumen importante de deuda provoca problemas de solvencia y hace más vulnerable a la empresa en épocas de vacas flacas.
Desde el punto de vista de la inversión, y especialmente en inversiones con un horizonte temporal de largo plazo, siempre tendremos que lidiar con crisis económicas que dejen en una situación de vulnerabilidad a empresas endeudadas, especialmente si, debido a situaciones de sequías de crédito como la que vivimos en la última crisis económica, estas son incapaces de refinanciar sus deudas u obtener más liquidez por otras vías.
Una empresa más endeudada, por tanto, tiene más dificultad para pagar a sus acreedores, pudiendo ver su continuidad afectada si tiene que desinvertir parte de su activo para liquidar sus deudas en un momento en el que su valor de mercado esté por debajo del precio al cual se adquirieron. Esto no ocurre en el caso de empresas con baja deuda, más solventes por definición y, por tanto, menos vulnerables a los ciclos económicos y a las crisis de liquidez.
En muchos casos, los inversores buscan una estabilidad a largo plazo. Y aunque esto no signifique exactamente ausencia de riesgo, los beneficios futuros y la continuidad de una empresa con bajo nivel de deuda son más predecibles que los negocios que tienen altos volúmenes de endeudamiento, donde es más difícil valorar el negocio conforme va adquiriendo cada vez más deuda.
Por esta razón, y especialmente en el largo plazo, la deuda es un elemento incompatible con la inversión en un negocio.
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