Hace ya más de una década que pise por primera vez suelo asiático, concretamente suelo chino y tengo que decir que la realidad social y económica de ese momento del gigante asiático para nada tenía que ver con el momento actual, y obviamente eso también era así para el ámbito de los negocios.
Recuerdo que llegue a un país aún atrasado, encerrado en sí mismo y con grandes problemas estructurales que le impedían avanzar. Hoy más allá de mis diferencias con la política de ese país, mis reticencias ante el cambio de modelo que puede suponer una mayor influencia china, y ante mis dudas ante el modelo de crecimiento chino, he de reconocer que el mercado chino es un mercado no se si ideal, pero si necesario para hacer negocios.
Un mercado como el chino con un alto nivel y potencial de crecimiento, con una dimensión impresionante y con unas ansias de apertura comercial elevadísimas. Un país como China con una influencia cada vez mayor en el mundo, y con mayor presencia en una y cada una de las esferas del planeta. Y también como compradores, y como vendedores.
Y es que despierte temores o no, nos guste o no, la realidad es esta, y el mercado (que no el modelo) chino se va imponiendo en nuestro entorno, y de que manera. Hoy el ciudadano chino ya no es solo aquel ciudadano que regenta tiendas de productos baratos o restaurantes chinos, ni tan siquiera ya el ciudadano chino y su país representan el paraíso de las copias y de los productos de baja calidad.
Al contrario hoy china invierte y genera inversión, compra y vende empresas en todo el mundo, y empieza a crear además de copiar, a comprar, en lugar de ser solo la fábrica, una fábrica con mucho recorrido, pero que cuenta además con una sociedad de un alto potencial.
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