Hubo un tiempo en el que la empresa era puntera en la tecnología. Incorporaba sistemas informáticos, teléfonos móviles de última generación que no eran asequibles para el ciudadano de a pie. Ahora se ha dado la vuelta, y ocurre justo lo contrario. Es el ciudadano de a pie quien tiene herramientas mucho más potentes que las empresas en muchos casos, lo que lleva a despreciar el uso de una herramienta tecnológica que nos facilitan para trabajar.
Ocurre tanto con los ordenadores, donde seguramente muchos tienen en sus hogares equipos más potentes que con el que trabajan. Pero claro, luego el equipo de empresa está pensado para acceder a tres herramientas corporativas con las que desarrollamos nuestro trabajo y poco más. Invertir en un equipo más potente, más moderno, supone una inversión con un dudoso retorno del capital.
Que el ordenador arranque un poco más rápido, que tardemos menos tiempo en instalar un programa o una actualización, etc. si todo esto supone un 2% del tiempo de uso, siendo optimistas supone un desperdicio de recursos. Como empleados tenemos que saber trabajar con las herramientas que nos están facilitando y sacarles el mejor partido.
Lo mismo ocurre con los teléfonos móviles inteligentes, ¿de verdad necesitamos un smartphone último modelo para consultar el correo de empresa y poco más? ¿Un iPhone 5 sólo para esto? Tenemos que ser conscientes del uso al que está destinado mayoritariamente el teléfono de la empresa.
Además todas las empresas tienen a exprimir la tecnología hasta el final de su vida útil. Si el puesto de trabajo no está ligado a una productividad donde tener o no una herramienta potente, se utilizará hasta que tenga cualquier problema y el coste de su reparación sea mayor que adquirir una nueva.
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