Existen infinidad de libros que versan sobre el motivo de que algunas tiendas vendan o no. La ubicación, la estrategia, el tipo de producto, los precios..., existen muchos factores para que un negocio destaque por encima de otro.
Pero entre esas razones destacamos la falta de disciplina en los horarios. Me refiero a esas tiendas que misteriosamente abren a partir de las once o cierran cada día a una hora distinta. ¿Venden más o venden menos? Lo que es cierto es que sus clientes acaban hartándose ante la ausencia de una disciplina mínima.
Imaginemos que hemos encargado un producto a una tienda cercana, apostamos por el comercio de nuestro barrio. En principio la idea es sensata y positiva: todos salen ganando.
Pero la dueña de la tienda que nos había prometido nuestro pedido para el día siguiente no lo tiene. Ha dispuesto de tiempo, pero tiene asuntos personales que le parecen más importantes que su negocio.
Nada serio, no hablamos de un familiar enfermo sino de cuestiones que todos sorteamos a diario. De hecho, no es anormal esta actitud en ella.
Como cliente empezamos a perder la paciencia; pasa otro día y todavía no disponemos de nuestro producto,el cual nos urge. Comenzamos a pensar que quizás sería buena idea acudir a un gran almacén.
Una vez más, nos enfrentamos con la vendedora. De nuevo hay una excusa preparada y de nuevo ha vuelto a cerrar a una hora diferente y hemos tenido que volver por la tarde. La paciencia tiene un límite.
La disciplina bien entendida no conlleva una carga negativa. Al revés. No se trata de abrir las veinticuatro horas, existe la libertad de horario, pero existe una diferencia entre abrir y cerrar cuando se nos antoje. ¿Dónde está la atención al cliente con esa actitud? ¿Se está respetando a quien acude a nuestro establecimiento?
Ni abrir las veinticuatro horas es saludable ni justo para un trabajador, pero tampoco abrir o cerrar cuando veamos conveniente sin previo aviso y dejando sin servicio al comprador. En el término medio está la virtud.
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Imagen|Daniel Lobo