Trabajar menos, cobrar lo mismo y que empresa y empleado salgan ganando
La jornada de trabajo habitual en España es de 40 horas semanales. Esto implica 8 horas de trabajo cinco días a la semana. Pero la realidad es que el tiempo de trabajo se multiplica por diversos factores y la jornada de trabajo se amplía fácilmente a 10 o 12 horas diarias sin ningún problema a corto plazo, pero penalizando de forma grave la productividad. Por eso sería necesario trabajar menos, cobrar lo mismo y que empresa y empleado salgan ganando.
En una jornada normal, de ocho horas con una o dos horas para comer vamos a tener 10 horas o más ocupadas en cuestiones laborales, incluso más si tenemos en cuenta que tardar una hora en desplazarse al trabajo es habitual en muchas ciudades. Si le sumamos ocho horas de sueño, no quedan para la vida personal, para desconectar y organizar nuestra vida más de 4 o 6 horas. Y en algunos casos en este tiempo también se contestan correos o mensajes relacionados con el trabajo.
¿Dónde se nos van las horas en el trabajo?
En una empresa con turno de 8 horas, una para comer y que se tarde media hora en acudir al puesto de trabajo y tenemos 10 horas al día ocupadas. Si a esto se sumamos una pizca de presentismo o un poco más de tiempo de desplazamiento, la realidad es que las 12 horas de vida laboral son una realidad.
Pero la jornada del empleado no es lineal en lo que a productividad se refiere. Realmente no estamos todas las horas trabajando a tope. Hay momentos en los que nos cuesta fijar la atención, especialmente a media que avanza el día. En muchos casos la productividad cae en picado después de la pausa para comer. Eliminar esta pausa o acortarla lo máximo posible es una opción para muchas organizaciones.
Pero también merma a media que va avanzando la semana. Al no poder desconectar del trabajo, cada día nos cuesta más concentrarnos, nuestra cabeza no está tan fresca y la resolución de problemas que en otras ocasiones eran sencillos se vuelve algo farragoso. Ampliar los fines de semana, haciendo que no se trabaje los viernes por la tarde suele ser una medida muy efectiva para favorecer la desconexión y bajar los niveles de estrés.
Las compañías que todavía confunden estar en la empresa con estar trabajando son un caso aparte. Porque muchas veces los empleados están haciendo vida social en la empresa, pasando más tiempo delante de la máquina de café que en su trabajo o con cuestiones personales en lugar de laborales.
Menos horas de trabajo, pero mucho más efectivas
Por eso una reducción de la jornada laboral a seis o siete horas podría ser mucho más razonable y efectiva para muchas empresas. Se elimina la hora de la comida y se hace un parón mínimo para tomar algo, pero sin que produzca pesadez o una interrupción excesiva.
Esto acorta mucho el tiempo dedicado al trabajo, entre dos y tres horas, dependiendo del parón que hagan las empresas para comer. Si a esto se le suman otras medidas como horario de entrada y salida flexible, que permita en muchos casos evitar atascos, la cosa mejora mucho. Si no se apuesta por estas medidas no es raro encontrar empleados que prefieren madrugar más, llegar pronto e irse a desayunar, pero de esta forma evitar estar parados en la autopista para llegar al trabajo.
¿Pero lo puede asumir la empresa? Esta es la gran pregunta. Si no existe reducción de salario la mejora en productividad tiene que ser notable para que al final los resultados mejoren. En otros casos al no existir horario de comida también se eliminan los tickets restaurant que muchas empresas ofrecen a sus empleados.
Por otro lado al tener una jornada laboral más corta, los gastos que implican tener la empresa activa disminuyen. Menos gastos en electricidad, en climatización en invierno o verano, etc. Entre unas cosas y otros los números cuadran en la mayoría de las compañías.
El principal obstáculo en muchos casos lo representa la atención al cliente. Un horario más corto implica necesariamente menos horas de apertura al público, de atención telefónica, etc. Y esto es algo que algunas empresas simplemente no quieren cambiar. En muchos casos por miedo a perder clientes. Aunque un mayor esfuerzo organizativo puede suponer una solución, con horarios y diferentes turnos.
Horarios comerciales, los grandes perjudicados
Un ejemplo muy significativo lo vemos en el pequeño comercio. Tienen que estar abiertos una serie de horas y en muchas de ellas la productividad no va a mejorar por mucho que los trabajadores vengan más descansados o estén más concentrados en su trabajo. No van a ganar nada reduciendo el horario de sus empleados. Más bien al contrario.
En muchos casos reducir a 6 o 7 horas la jornada significa simplemente tener que contratar más personal. Y es aquí donde las cuentas no salen. O menos clientes o más gasto de personal para la misma facturación. Por eso no parece buena idea imponer este tipo de jornadas para todo los sectores.
Además que una gran parte de la población disfrute de más tiempo libre, lo que iría en beneficio del pequeño comercio, hostelería o empresas de ocio va a suponer un cambio y revitalización de este sector. Pero no será de la noche a la mañana. Y mientras tanto tienen que seguir pagando. No es una ecuación fácil de resolver, pero si es un camino que la empresa tiene que empezar a recorrer en nuestro país.
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