Entras a una farmacia, como en un día normal, los dos trabajadores que tiene contratados el dueño atienden con simpatía a los clientes. Es una farmacia de barrio, en muchas ocasiones reciben preguntas de todo tipo, llamadas y pequeñas consultas porque tras ver al médico no quedó claro algún asunto.
Tal vez el licenciado en Farmacia tenga el título, pero los empleados son los que están al pie del cañón la mayoría de las veces y no dudan en llevar un medicamento a una persona recién operada a casa, o si se trata de una persona mayor, sola. Y ha llegado la Navidad...
En estas fechas uno no sabe qué hacer si se trata de tener un detalle con sus empleados ¿una cesta de toda la vida? ¿una gratificación de otro tipo? En todo caso, esta cuestión se la ha de plantear el que está al mando de la empresa.
¿Pero qué ocurre cuando son los clientes los que dan un giro inesperado a la situación? Resulta, que están tan agradecidos con el personal que deciden acudir no para comprar sino para tener un detalle con ellos, los trabajadores.
En este tipo de situaciones es cuando comprendes que el que está al mando del timón no está haciendo los deberes. Si los abrazos y las gracias se las llevan los empleados por algo será. ¿Son la cabeza visible? Puede ser, pero si él también está presente ¿por qué nadie se ha acordado de felicitarlo?
Tal vez ha olvidado que los clientes de una farmacia son algo más que su fuente de ingresos. Tal vez ha perdido esa conexión que sus trabajadores mantienen con quienes acuden allí. Y a la farmacia no se va por gusto. El reconocimiento debiera ser doble para los trabajadores, por el cliente y por su jefe. ¿Sucederá?
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