Cuando se comienza un proyecto empresarial lo que lo guía sobre todo es la ilusión, que es lo que potencia las ganas de trabajar y, al mismo tiempo lo que hace soportable las jornadas draconianas y el peso de las responsabilidades.
Sin embargo, a todo eso, que es muy importante, se sumarán otros cambios que hay que afrontar con fortaleza cuando se emprende y que hay que tener muy presente para evitar llevarse desengaños innecesarios.
El primer cambio y que no nos debe atenazar es el miedo al fracaso, evidentemente aparece y está latente pero no debe supoer ser un obstáculo para llevar a efecto nuestros proyectos.
En este sentido, será necesario contar con los demás, por lo que hay que dejar atrás los prejuicios que nos impiden pedir ayuda y hay que aprender a saber con quién contar y cuándo pedir ayuda.
La responsabilidad, emprender no significa que por ser mi propio jefe no respondas ante nadie. Quien te exigirán responsabilidades siempre serán tus clientes y, si se da el caso, tus inversores y empleados.
Algo que cuesta, porque no estamos acostumbrados, es saber cuando hay que decir no y en la realidad empresarial, en más ocasiones de las que creemos hay que negarse a hacer las cosas, frente a los clientes, los empleados, etc.
Hay que olvidarse de ajustarse a una jornada laboral definida, si bien, lo que se debe evitar es olvidar que hay que guardar un equilibrio entre la vida profesional y la personal. Inclinar la balana hacia uno u otro lado te garantizará el fracaso en un sentido o en otros e, incluso, en ambos.
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