La soberbia es el peor de los defectos en el ser humano. Pero si ésta va unida a una persona con alguna responsabilidad la mezcla puede ser explosiva.
Ser el jefe de un proyecto o de una empresa no nos convierte ipso facto en el más inteligente, ni en el que aporta las ideas más brillantes. En ocasiones, un líder lo es por accidente, porque nadie quiere ese puesto o porque le han asignado esa responsabilidad sin poseer ninguna valía. Si gusta de humillar a sus subordinados o mejor dicho, compañeros de equipo: no es un líder.
Si un líder humilla sencillamente está fallando como jefe. No es lo suyo, el barco se hundirá y se quedará solo.
La arrogancia que muchas veces observamos en personas que lideran a un grupo de gente, de cara al público, causa rechazo en el cliente que por desgracia es testigo de ese comportamiento, y sólo demuestra una ignorancia respecto a la forma en la que se debe dirigir al personal.
Gritar a un empleado delante de otras personas, dejarlo en evidencia hablando de sus fallos, o ridiculizándolo sólo prueba que estamos ante un tipo de liderazgo zafio, que no logrará que su equipo crezca. El fracaso está asegurado. Su escasa inteligencia la suple con el acoso verbal, un grave error.
¿Por qué se comportan así?
Probablemente hayan copiado un patrón de conducta similar a sus superiores y crean que esa manera es la única forma que existe de liderar. Pero en algunos gerentes esa naturaleza prepotente es propia, y son conscientes de su proceder pero no de las repercusiones que tiene su comportamiento.
Un jefe que acosa a un empleado diciéndole que es un negado para ese trabajo, sólo logrará una cosa: desmotivación y falta de interés por lo que ocurra en la empresa. Si la estrategia para lograr el éxito es humillar, el fracaso está garantizado.
Un líder dirige al grupo no se encarga de sacar a la luz constantemente los posibles errores que un empleado cometa, sino que trata de enfocarlos en una dirección correcta y positiva para todos. de la otra forma se perderá tiempo, energía y lo más importante: confianza.
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Imagen|Eliana Andrea Vaca Muñoz