Uno de los objetivos fundamentales de cualquier empresa es satisfacer de la mejor forma posible las necesidades de los consumidores para obtener la mayor masa de clientes posible y aumentar los ingresos de la compañía. Sin embargo, es habitual que todas las empresas reciban opiniones, generalmente negativas, sobre el producto comercializado o sobre el servicio recibido.
Son muchas las empresas que cuentan con empleados dedicados casi en exclusiva a realizar estudios de mercado y captar las opiniones de los consumidores antes de lanzar un producto al mercado, pero no son tantas las que canalizan las opiniones de los clientes a posteriori a la mejora del producto y del servicio. Y, posiblemente, estemos hablando de una opinión tan importante o más que la de nuestros expertos.
De nada servirá que los estudios reflejados muestren una necesitada no satisfecha que las empresas acaban materializando en un producto o servicio si éste no cuenta con la calidad adecuada o contiene matices y detalles que terminan ofreciendo al mercado algo diferente a lo que los consumidores demandan.
Esta estrategia supone una mejora continua basada en el cliente, tomando como base sus opiniones y feedback sobre un determinado producto. Es fundamental conocer lo que la gente opina de nuestra empresa, de nuestro servicio y del precio que ofrecemos para solventar las carencias y ofrecer una buena experiencia a los usuarios. Nuestra reputación depende precisamente de esto.
En cualquier caso, de nada sirve escuchar activamente las opiniones de nuestros clientes si van directamente a la papelera de reciclaje. Debemos ser capaces de separar el grano de la paja, aquella opinión relevante y viable de otra que no lo es tanto o cuya implementación acarrearía demasiado coste para ofrecer una mejor experiencia a nuestros clientes.
Nuestros opiniones son nuestros mejores analistas y, encima, sin tener que contratarles. ¿Por qué no íbamos a hacerles caso?
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