Nos fiamos de desconocidos a los que reconocemos como autoridad para comprar online. Y sin embargo en nuestros barrios tenemos a expertos a los que no prestamos atención. El pequeño comercio ha realizado durante años esta labor de prescriptor que hoy en día tanto valoramos. No solo recomendando un producto en función del resultado que había dado a otros clientes.
También en la selección del catálogo de productos. Puede ser el mismo tipo de producto, pero no será igual. Puedo comprar manzanas en un supermercado, serán rojas y tendrán un buen aspecto, pero no serán iguales a las que tiene mi frutero de confianza. No tendrán el mismo sabor, aunque sean parecidas.
Esto mismo ocurre cada día en las compras a través de Internet con miles de productos. En muchos casos ni siquiera se trata de un problema de precio, el cliente está dispuesto a pagar más por un producto de calidad, con una buena relación calidad-precio y por eso busca en las opiniones de otros consumidores la ratificación a la compra que quiere realizar.
El problema para el pequeño comercio es que en muchos casos ha perdido el valor de la comodidad que antes representaba a la hora de comprar frente a otras ofertas. Era más cómodo ir a comprar al frutero de al lado de casa, que tener que ir a un hipermercado, que suelen estar más alejados, aparcar, sufrir la cola de cajas, etc.
Ahora la compra por Internet nos lleva a casa o al trabajo y nos ahorra incluso más tiempo. Pero si el pequeño comercio de barrio en el que confío desde hace años me diera este servicio no cambiaría. Porque ya nos conocen, saben nuestros gustos, nuestro grado de exigencia y su oferta está enfocada a nosotros.
El problema es que en muchos casos estos negocios se han quedado anclados en un cliente tradicional, de más edad, que no compra en Internet y han tratado de sobrevivir con ellos. Pero cada vez son menos y en muchos casos no saben cómo adaptarse al nuevo tipo de cliente que ha cambiado incluso sus hábitos de consumo, en los últimos años.
Imagen | Stain_Marylight