El cliente no ha nacido para ser fiel a ningúna empresa. Eso es una verdad como un templo. Pero también es verdad que todos tienen sus preferencias a la hora de gastar su dinero. Preferimos acudir a ésta y no aquella cafetería, a ésta y no aquella tienda de ropa, a ésta y no a aquella tienda de informática... Todo cliente (y consumidor) tiene sus costumbres. Y si bien es verdad que cambiar de hábitos en general nos cuesta mucho, no hay que pensar que por que un cliente suela acudir a nuestro negocio lo tenemos ganado para siempre.
Los clientes de una empresa son su tesoro más importante. Y por eso se debe dedicar unos esfuerzos extra a cuidarlos para evitar que poco a poco, paulatinamente, su relación con nosotros se estanque y decidan explorar nuevas opciones, con el claro objetivo de abandonarnos.
Una de nuestras opciones va a ser poner en marcha un Plan de Fidelización que va a suponer un esfuerzo económico considerable, pero que a medio y largo plazo nos va a facilitar nuevas acciones de venta e incluso una subida de precios. Algunas de las estrategias más comunes consisten en la emisión de tarjetas de fidelización, que pueden articularse bonificando al cliente con descuentos directos, acumulando puntos para elegir obsequios de una gama seleccionada por la empresa, o recibir servicios gratuitos o descuentos en las compras realizadas en otras empresas con las que se establezcan acuerdos de colaboración
Estos Planes de fidelización buscan no tanto captar nuevos clientes, sino más bien asegurar la lealtad de los que ya tienen, aumentar la confianza en los productos y servicios de nuestra empresa, reforzar la imagen de marca, e incluso reducir los costes de marketing cuando lancemos nuevos productos o servicios al mercado.
Las tarjetas de fidelización están muy extendidas en la actualidad. Las podemos encontrar en supermercados, gasolineras, tintorerías, librerías, tiendas de deporte... Pero sobre todo en medianas y grandes superficies.
Imagino que en parte intentan suplir esa deficiencia que les caracteriza: la falta de proximidad con el cliente que sí tiene la tienda de barrio, y que a este tipo de establecimientos ubicados lejos de los núcleos de población, o en zonas con una densidad de habitantes brutal, les es muy difícil conseguir.
Creo que es algo que sobre todo el pequeño comercio debería intentar, en la medida de sus posibilidades, implantar, puesto que juegan con la ventaja de tener la proximidad que les falta a las grandes superfícies, y sólo les falta mimar un poco más a su clientela habitual, y dotar a sus comercios de valores añadidos para hacer frente a sus competidores más poderosos.
Vía | Tormo.com