En los últimos meses esta siendo un tema reiterativo en la blogosfera. Sobre las jaulas de oro han hablado antiguos compañeros míos de EBS, como Consultor Anónimo o Ángel, aunque lo que me ha animado a escribir este post ha si la fantástica escena (y no por que aparezca la Anniston) que posteaban en Tic-Tac a propósito del tema, y que me ha parecido conveniente reproducir aqui, por su absoluta y descarnada franqueza.
Para saber exactamente de que hablamos cito a Raúl:
Laboralmente, se habla de jaula de oro a la situación en la que uno, después de progresar profesionalmente, alcanza una posición (y una remuneración) muy elevada. Tanta que, cuando se plantea cambiar de trabajo, se encuentra con que la inmensa mayoría de las alternativas son peores (desde el punto de vista económico).
Alguien que ha llegado a su “jaula de oro” probablemente ha desarrollado una estructura de gastos a su alrededor (una buena casa, o varias; un buen coche, o varios; que si un club de no sé qué, los viajes, las comidas en restaurantes caros, los niños en colegios privados, las aficiones caras…) que hace desaparecer casi todos los ingresos, por muchos que estos sean. En estas circunstancias, reducir de forma importante los ingresos es algo difícilmente planteable (al menos de forma voluntaria) por cuanto supondría un cambio radical en el estilo de vida.
Lo que me gustaría recordar,llegado este punto, es que esa jaula de oro no solo existe en el mundo laboral. Trampas similares se dan para las pymes y los profesionales, y conviene que seamos conscientes de ello, pues una vez dentro de las mismas es difícil escapar.
Conozco numerosas casos en los que las empresas están enganchadas con un cliente. El mismo representa una parte muy destacada de su facturación y beneficios (de hecho suelen ser grandes clientes), amén de contar con una larga vinculación en el tiempo. Es un cliente absorbente, que demanda una gran cantidad de inversión en concepto financiero, pero también personal e incluso emocional. Un cliente experto en presionar, un cliente que nos anima a invertir grandes sumas para poder seguir su ritmo, con el que permanente hay que actualizar nuestra maquinaria, con el que se mueven grandes sumas con pequeños margenes, que es celoso frente a los otros clientes que tengamos. En definitiva, se ha creado una cliente-dependencia. Si éste nos falla, si desvía su producción, sólo nos queda confiar en los milagros.
No seamos ingenuos. En multitud de ocasiones a esa situación no se llega por casualidad. Que nosotros no lo hayamos visto venir no quiere decir que nuestro cliente (a estas alturas nuestro amo) no lo hay planificado. Los que hayan trabajado en el sector de automoción conocerán este tipo de prácticas, donde los pequeños empresarios se acaban convirtiendo en asalariados de las grandes firmas, por mucho que exista una empresa para cubrir las apariencia. Empleados de lujo, pero empleados que asumen riesgos elevadísimos, y que en mi opinión, no pueden calificarse ni remotamente de empresarios.
¿Recetas para evitarlo? Pocas y dolorosas. Lo primero, como ya he dicho, ser consciente de que ésto ocurre y saber si es lo que deseamos. Y si queremos huir de ello, es fundamental reducir nuestros costes fijos a la mínima expresión y apostar siempre por la búsqueda constante de nuevos clientes, de nuevas oportunidades de negocio, teniendo claro que somos nosotros los que gestionamos a nuestros clientes, y sabiendo lo que queremos sacar de ellos.
Se que es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Vía | Tic-Tac
En Pymes y Autonómos | Clasifica a tus clientes (I)