La crisis, la culpable de todos los males, es aquí una vez más la causa principal que el hostelero ve para la disminución del número de clientes; lo asume como algo circunstancial ante lo que se siente indefenso, y sólo desea que pase cuanto antes, sin plantarle cara.
A esto se suman otros factores como la ley anti-tabaco o el botellón (fenómeno anterior a la crisis) que vienen a “dar la puntilla al sector”. Como vengo de analizar en El Blog Salmón, los problemas de la hostelería no son exclusivamente externos a ella, reconocer eso es el primer paso para superarlos.
La ley anti-tabaco, sobre todo en su primera versión, obligó a muchos empresarios a meterse en unos gastos importantes difíciles de amortizar, la actual agrava más la situación obligándoles a unos nuevos gastos a esos mismos empresarios. Esto sin duda ha hecho un flaco favor al sector, dejando a un lado la sustitución más o menos traumática de clientes fumadores por clientes no fumadores con niños que se traen la merienda de casa. Pero la hostelería ya tenía algún problema antes.
El botellón, un fenómeno muy extendido en nuestro país lleva tiempo gritándole al empresario cual es uno de los problemas esenciales: la imposibilidad de pagar en los locales de ocio las copas a precios de los garitos más selectos de Nueva York. Por el precio de tres copas se emborrachan los tres amigos en el botellón. Ese es un indicador anterior incluso a la crisis, que muchos hosteleros no han querido ver.
En época de bonanza y eufória todos los bares estaban llenos, estoy seguro de que en alguna calle española hay tantos locales como en alguna ciudad europea entera, daba igual el botellón, daba igual servir bebidas de inferior calidad, daba igual servir las copas con mala cara, daba igual cobrar el café a un euro o a uno y medio, la gente se iba acostumbrando a las subidas y no había problema.
El problema llegó con la crisis, cada vez es menos la gente que se puede permitir tomar tantos cafés como querría (sólo la subida de la luz, según palabras del propio ministro de industria, ya nos supone algún café menos); si a eso sumamos el aumento del precio del combustible, de los impuestos, y el estancamiento de los salarios, vemos que la crisis del sector se acentúa.
Ante esto algunos hosteleros mantienen o incluso aumentan los precios para hacer frente a la reducción de clientes, tratando de ir en contra de la ley de la oferta y la demanda. La demanda está disminuyendo mucho más rápido que la oferta, ante esa situación la opción lógica es la bajada de precios.
Pero la solución no tiene que pasar exclusivamente por bajar los precios; se puede aumentar la calidad del servicio, aportar valor añadido: desde ofrecer una simple y barata sonrisa mientras sirves una caña a ofrecer una tapa gratis con la bebida o cualquier otra cosa que no hayas intentado aún.
Lamentarse y culpar a otros es muy español pero muy poco productivo. Es fundamental tener en mente cual es la situación del cliente objetivo. Un restaurante de gran lujo, probablemente no esté pasando por dificultades y hasta se pueda permitir subir sus precios y aumentar su facturación.
A lo mejor es el momento de replantearte tu estrategia empresarial, y pasar de los menús obreros a los menús ejecutivos, acometer las reformas necesarias y probar suerte.
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Imagen | Fran Carreira