Ayer, estuve buscando una tienda en mi barrio para comprar unos DVD. Después de intentarlo en dos librerías y dos tiendas de informática (agosto es implacable para los que nos quedamos sin vacaciones), encontré un todo a 100 abierto. Lo que debía ser un trámite de unos minutos terminó con una espera de casi media hora. ¿El motivo? La dependienta y su sistema para gestionar las deudas impagadas: una libreta sin ningún orden en la que apenas se distinguía quién debía qué y cuándo debía pagarlo. Con dos madres delante que habían ido a comprar las mochilas para el curso escolar, os podéis imaginar el panorama.
Frente a esto y también ayer, fui a tomar unas cervezas a un bar famoso por sus precios bajos, aunque también por la lentitud de sus camareros (es el típico negocio familiar que ha visto días mejores). Estábamos preparados para afrontar una espera de media hora antes de ver las bebidas. Sin embargo, en unos cinco minutos habían servido todo. ¿La clave? Los dueños habían introducido telecomandas (esos aparatos inhalámbricos con los que los camareros transmiten directamente los pedidos a la cocina).
Como podeis imaginar, estas anécdotas van dirigidas a demostrar una idea muy sencilla pero efectiva. La innovación en la empresa no es siempre una cuestión de inversiones millonarias.
A menudo, cuando hablamos de innovación, de I+D y de mejora de la productividad, nos ponemos a pensar casi instantáneamente en que hay que poner ordenadores y una conexión a Internet. Esto no siempre es cierto. Antes de gastarnos cualquier millonada en una inversión tecnológica, deberíamos estar seguros de que esta va a suponer una ventaja y que nos permitirá aumentar nuestros beneficios.
Como ejemplo, volvamos la primera anécdota. Esta dependienta podría gestionar los pagos pendientes con una aplicación informática diseñada para ello. O también podríamos hacerlo con una agenda en que todo se anote siguiendo un sistema uniforme. Estas dos opciones resuelven el problema de la misma manera, aunque la diferencia de coste en considerable.
Es más importante saber detectar nuestras necesidades que confiar en la capacidad innata de la tecnología de resolver nuestros problemas. Después de todo, la innovación se define como la capacidad de alterar algo, introduciendo novedades. Para conseguirlo, nada mejor que recurrir a una evaluación externa de la estructura de nuestra empresa. Esto puede ser tan sencillo como hablar con otros empresarios y preguntarles como han solucionado determinados problemas o solicitar a una empresa especializada que nos explique cómo mejorar la cuenta de beneficios (es una mera cuestión de presupuesto).
Quizá penséis que esto es tan solo una bonita idea, sin aplicaciones prácticas. Sin embargo, no hay nada más útil que replantearnos a diario lo que tenemos delante de nuestras narices. Que algo funcione no es una garantía de que no pueda mejorarse.
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