Colocar en un ‘altar’ de oro a las ideas es una de las consecuencias de esta explosión del emprendimiento. Fomentar la creatividad y tener planteamientos innovadores es repetido como un mantra por muchas voces autorizadas. Un mantra al que no le falta razón, pero en el que echo de menos una aclaración: sin acción sirven para poco. Tenerlas no te diferencia, sólo lo hará que las lleves a la práctica y las ejecutes.
Se tiende a pensar que pergeñarlas en relación a un negocio, un producto o un servicio es ya un éxito en sí mismo. Demuestra la capacidad para innovar. Pero, el que verdaderamente lo hace no es quien lo piensa, sino quien lo ejecuta. El que no sólo piensa en el móvil como vehículo de pago, sino el que logra poner en marcha una aplicación para conseguirlo. El que no sólo se da cuenta de la oportunidad de abrir un negocio hostelero en un barrio sin muchas alternativas de ocio, sino el que acaba abriendo un local especial y novedoso.
Lo ideal sería no perder la perspectiva real de las cosas: pensar magníficas ideas ya lo hacen miles de personas todos los días. Con toda seguridad, la idea que surgió en tu cabeza hoy ya apareció en la de otras muchas personas. Por supuesto que es una magnífica noticia que tu mente funcione a pleno rendimiento y no deje de mostrar nuevos planteamientos a problemas de hoy.
Pero lo que hay más allá es la parte más compleja del proceso: cómo llevarla a cabo, dónde encontrar la financiación necesaria, cuál es la orientación correcta para que esa idea sea un negocio escalable y con proyección de futuro. En definitiva, dar un paso adelante para que la diferencia no la marque un planteamiento en un papel, sino la acción para hacerlo realidad.
Si tienes una buena idea para un negocio, trabaja para que sea algo más. De lo contrario, sólo estarás construyendo castillos en el aire, que es donde deben estar, pero sin ponerte manos a la obra con los cimientos desde el suelo.
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