En todas las plantillas existen distintos grados de implicación con el proyecto empresarial. Ante esta realidad, muchos de los directivos cometen el mismo error para resolverlo: concentrar el grueso de las responsabilidades y las tareas decisivas en una o varias personas para asegurarse un buen resultado, sin percatarse de los efectos negativos que puede llegar a tener. Una práctica que puede resultar contraproducente y que refleja la incompetencia y la falta de liderazgo.
Es lógico que el líder tenga más confianza en unos trabajadores que en otros. No es, en absoluto, negativo ni de extrañar e, incluso, puede resultar un motivo para aumentar en éstos su autoestima. El problema llega cuando es a esos mismos miembros de la empresa a los que se entrega la mayor carga de trabajo sin contraprestación alguna (subidas de sueldo, ascensos, movilidad funcional...) frente a otros que, pese a estar a su mismo nivel en la empresa, deciden no asumir prácticamente ninguna responsabilidad.
Esta solución sólo refleja la falta de capacidad del empresario a la hora de lograr una implicación conjunta de su plantilla en el proyecto. Además, sólo consigue generar malestar en ese importante y, en ocasiones, decisivo grupo de empleados desembocando en una más que probable desmotivación.
¿Es esa la manera de ‘premiar’ al que mayor entrega demuestra? No. Esta es sólo la salida de un empresario que reconoce su incompetencia para motivar a la plantilla al completo y lograr proactividad e implicación, sin causar agravios innecesarios. El reto está en repartir las responsabilidades con éxito entre todos los trabajadores, especialmente los más reacios, pese a que siempre exista ese grupo de empleados clave. Lo contrario es un error que, a la larga, se acaba pagando.
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